domingo, 22 de agosto de 2010

Quién fuera británico...

Desde que estoy en el master, y más desde que estoy en Cultura, hay un tema que me atormenta. La música clásica es la que menos simpatías despierta de entre todas las artes que pueblan nuestras páginas. A nadie le coge de sorpresa si le digo que siento miedo por esta maravillosa parte del mundo que es la música clásica, que tengo miedo a que todas las demás, la cultura posmoderna, pasen por encima de ella y la aniquilen.

Los hábitos de consumo que nos trajo la segunda mitad del siglo XX nos están haciendo analfabetos musicales. No podemos dar de lado a más de 30 siglos de superación del ser humano a través de la música, no podemos dar de lado a la cultura con mayúsculas. Los británicos lo vieron venir mucho antes que nosotros, como siempre, y ya que tienen la mejor televisión pública del mundo, decidieron crear el mayor festival de música clásica del planeta. Los Proms son el ejemplo de que la cultura del pasado es tan actual como la de ahora mismo.

La BBC programa cada año dos meses de conciertos entre música orquestal, camerística, solistas, folk y músicas del mundo. Y el Royal Albert Hall se convierte en un coliseo vivo, en el que la gente habla y comparte, canta y llora, cierra los ojos, agita banderas... una verdadera fiesta para los sentidos. La última noche de los Proms toda Londres se paraliza: el Royal Albert Hall está a reventar, no cabe un alfiler, y las pantallas gigantes se reparten por toda la ciudad mientras la gente abarrota los parques y plazas para disfrutar de su cita anual con la música que nunca dejará de sonar.

Además, cada año la comisión de los Proms elige a una cantidad que suele rozar la decena de compositores y músicos en potencia para que estrenen con la BBC Symphony Orchestra sus propias obras ante miles de personas. La música se baja de su pedestal y se pone a los pies de su pueblo.

En la última noche de los Proms, se demuestra que la música está tan viva que parece mentira que no salga a las calles cada día. Los himnos del Imperio británico se fusionan con las piezas orquestales de siempre en un festín concebido para toda una nación (he aquí la prueba: se pueden hacer conciertos para 4 aspiradoras y orquesta, y un espectáculo delicioso).



En un mundo ocupado por música comercial hecha deprisa para contentar a unos oídos y un cerebro que prefieren no pensar, en los Proms todo invita a que agilices tus estímulos y formes parte de la fiesta. Cada año distinto, pero cada año brillante. Hay veces que me encantaría sentirme un británico más en el Royal Albert Hall. God save Britannia, a ver si con esta alabanza se nos pega algo...

1 comentario:

José María Aguilar dijo...

Qué CHULADA. Quién lo fuera...pal año que viene estaría guay ir unos días a verlo en directo (y lo digo en serio, aunque de momento es construir castillos en el aire porque está to lejos xD)

Pero molaría un taco