lunes, 18 de febrero de 2008

Después de la tempestad...


Los que sigáis el blog, sabéis que sólo hace unos días tocaba fondo en mi estatus de catequista... No sólo sentía que no valía, sino que mi imagen de los niños no era para nada buena. Sin embargo, parece que cuando no podía caer más, llega la convivencia y me deja por mentiroso. Tras este fin de semana, me alegra poder rectificar la entrada anterior.

El viernes, partimos hacia Corteconcepción con muchas ganas, nervios, y ciertas dosis de entusiasmo debidas, posiblemente, al café frenético de antes de subirnos al autobús. Teníamos tanta incertidumbre, que no sabíamos ni siquiera que decir a los niños. Veíamos en los catequistas de primero la tranquilidad de los que aún han tenido la suerte de no encontrarse piedras en el camino, y añorábamos ese momento. El autobús se equivocó de ruta y llegamos cuando era ya de noche, a una casa de dos plantas perdida en el campo.

Preparamos las cosas necesarias para esa noche, y al ratito nos llamaron para la cena. La única noche en la que nos sentaríamos separados de los otros catequistas. Los juegos de la noche fueron bastante descontrolados, pero nos lo pasamos bien, y la noche, increiblemente tranquila. Los niños de mi cuarto estaban dormidos sin decirles nada: unos campeones.

El siguiente día fue un cúmulo de emociones. Un viernes del Espino, pero bastante más estresante. El tema de la mañana hizo llorar a casi todo el mundo, y la puesta en común nos tendió una emboscada a Isa y a mi, en la que apretábamos los labios para no estallar en llanto. Quizá demasiadas cosas que nos da miedo oír, quizá momentos o decisiones que no queremos afrontar. Dardos al corazón.

La tarde fue un absoluto caos: los temas no se dieron, el portátil no funcionaba, las guitarras y el arpa no terminaban de seguir a Trigo, las dudas existenciales de la fe saltaron a flor de piel, el cielo y el infierno, y uno a uno, los catequistas de segundo nos fuimos mosqueando o deprimiendo, hasta que por la noche no quedaba ninguno indiferente. Una convivencia con daños colaterales: el mensaje se cebó no sólo con el destinatario, sino también con el mensajero. Los de primero no nos entendían, eran felices, no tenían ese estrés de los fatiguitas como nosotros. Pero en la noche, cuando sus niñas se negaran a dormir, sufrirían lo mismo que nosotros el año anterior, exactamente lo mismo, haciéndonos comprender que todo en esta vida es un ciclo...y que al fin y al cabo, no debíamos estar haciéndolo tan mal.

Mi cabreo llegó con la segunda parte de la tarde, una saturación entre las dudas de fe de los niños y las mías propias, aderezado con una predisposición mía a no querer tratar el tema, conjugaron un arma terrible, que desembocó en una estampida en la que sólo quería estar solo, pensar un poco y dejar que con las horas se me pasara el mosqueo. Idiota yo, que me fui solo, sin darme cuenta de que mi compañera, también pasaba un mal rato, pero no lo manifestaba. A veces estamos tan ciegos con nosotros mismos, que no somos capaces de leer en la mirada de los que queremos. Luego supe que necesitaba hablar, y aunque sabía que estaba en buenas manos, en cierta manera me culpo por no haberle preguntado cómo estaba ella. Sé que me perdona, pero soy así de tonto.

La noche fue impresionante. Volvimos a ser niños jugando al estratego, y cumplí uno de mis sueños: vestirme de Supermán!! Disfruté muchísimo corriendo por el monte con los niños, sintiendo el viento en mi capa, mientras esquivábamos en la oscuridad a los guerreros del equipo contrario. Un rato inolvidable.

Y de los niños qué decir, que se han portado mejor que nunca, que nos han hecho llorar, reír, disfrutar, tirarnos al suelo, ensuciarnos, tranquilizarnos, y ser mejores personas. Sé que en Sevilla no será igual, pero nunca lo es, porque aquí hay demasiadas cosas que no les dejan ser ellos mismos. Sin embargo me quedo con los segundos de lágrimas, cuando nos dijeron que confiaban en nosotros, cuando obedecieron, cuando nos dedicaron una sonrisa, cuando se despidieron con un abrazo, cuando se dejaron aconsejar, cuando pidieron perdón...

Alguien nos dijo una vez que lo único que no debíamos hacer es llamarlos "nuestros niños"... pero es inevitable. No podemos negar que forman parte viva de nuestras vidas, que de ellos también aprendemos como nunca creímos que fuéramos a aprender, y que se nos cae la baba con ellos, por mucho que nos pese reconocerlo.

Gracias a los seis magníficos que me acompañan de nuevo, y a los otros seis nuevos fichajes (Luís, Maya, Pili, Espe, Eduardo y Raquel). Porque momentos como el concurso de pánfilos, la esclava fugaz, la paranoya de los calentadores, el agua fría en la ducha de los niños, tocar marea en el arpa, la foto Lois & Clark de Isa y mía, jugar a Simon dice, o la impotencia de Fran, pasando por su previo perreo a petición de toooda la convivencia, son irrepetibles. Un beso y hasta la próxima, que espero sea pronto, porque ya me muero de ganas.

1 comentario:

Fray David dijo...

Bueno, ya ves que las cosas, mal que bien, van saliendo. Sólo hace falta un poco de confianza y estar abiertos a la novedad, a la sorpresa, a la pregunta, a la posibilidad del encuentro...
¡Ánimo y pásalo bien en Madrid este fin de semana!
Un abrazo.