sábado, 28 de enero de 2012

No contaban con la magia de febrero

Un año más desfilaron por el escenario del Gran Teatro Falla: en forma de versos, de descaradas coplillas, aparecieron en los labios de los artistas callejeros más canallas que tiene este país. Los políticos, los Borbones, los asesinos de mujeres, los jueces, los delincuentes, alcaldes y presidentes, los que agonizan en su lecho de muerte, los parados y los famosos. Un año más, se encontraron de bruces con sus nombres desfilando en una letanía hermosa y crítica en el rincón con más duende de España. No contaban con la magia de febrero.

He de admitir que mi afición por los carnavales no es desde chiquitito. A pesar de que mi padre, año tras año, ponía chirigotas, coros y comparsas en Canal Sur para ver si nos picaba el gusanillo. Pasaron los años y, lo que al principio no entendía, se convirtió en una adicción y una necesidad cuando la Cuaresma ya asomaba sus orejas de castidad y santidad por las páginas del calendario.

Cádiz es una gloria bendita: pensar que la gente más sencilla es la que tiene ese arte capaz de dejar a un rey a la altura del betún o proclamar las grandes verdades, o denunciar las tremendas injusticias que la crisis ha multiplicado llevándonos a una tristeza y una angustia perpetuos. Me llama la atención cómo los periódicos son ajenos a todo eso: hacen su misma función, la de denunciar, la de controlar al poder, la de decir bien alto que esta sociedad en la que vivimos no puede ser así por un millón de razones.

Qué escalofríos te recorren por la espalda cuando estos poetas del pueblo claman, por ejemplo, contra la violencia contra las mujeres en una letanía de nombres de mujer que van recorriendo el vía crucis vergonzoso que las lleva hasta la tumba. Qué rotunda y desnuda belleza la de unas voces que alcanzan sus límites para gritar contra un mundo político corrupto, y que alegoría tan barroca y maravillosa la de esos hermanos Márquez Mateos más conocidos como hermanos Carapapa en una representación de las absurdas reuniones de los países más ricos del mundo ("Esta cumbre se termina y el que piense que ha servido para algo, que levante la mano"). Qué imaginación, que amor por la historia de Cádiz la que demuestra Quiñones cada febrero rescatando en sus comparsas la historia de la Tacita. Cómo duele si el periódico decano, aquella Pensadora Gaditana te dice en labios de Quiñones que la prensa española ha cumplido 100 años y sigue siendo igual de injusta que entonces, cuando los periódicos eran oficiales. Cómo duele esa espinita si la cantan las mejores voces de Cádiz ("La libertad de la prensa es tenerme informao, y aunque han pasao cien años yo no me he enterao"). Qué bonito como una comparsa da marcha atrás, como hace suyo el "detrás vendrá quien bueno te hará" y alaban al alcalde gaditano que criticaron hace solo unos años y le dan su espacio: qué señorío y qué buen hacer.

Y qué decir de la reina de la fiesta, la traca absoluta, la muestra del genio más genuino de Cádiz: la chirigota. Del cuplé más descarado al pasodoble que hace saltar las lágrimas pasando por la hilarante presentación para culminar en un popurrí que es un derroche de ingenio. De la representación del Código da Vinci en versión viñera (cuadro de la Última Cena de por medio) a una tremeda peluquería en la que hasta los catalanes se llevan su ración de sarcasmo de la mano del Tijerita, en relación a las declaraciones ofensivas de la parlamentaria catalana sobre los andaluces ("Y lávese bien la boca, diputada caradura, con mi sangre y mi cultura, con mi sangre y mi cultura"). Y luego hay que pasar por esa gracia de Carmona que se instaló en Cádiz porque eso demuestra que el carnaval no tiene fronteras, porque es patrimonio inmaterial de nuestra memoria. Y lo demuestra ese Falla puesto en pie para aclamar a el Canijo, el que lo mismo se viste de la Fiona de Shrek que de pera que de feto en la placenta, y que canta esos pasodobles que se te clavan en el alma como un arma de doble filo, porque así es el carnaval: denuncia y arte a partes iguales (recuerden ese alegato reivindicativo y esclarecedor de Andalucía: "Andaluz, ay mi indígena del sur, todavía en España déjame que te recuerde: nos tachan de flojos y nos siguen poniendo verdes"). Y tantos otros, como el Selu, iluminadísimo cada año, gracioso hasta morir, que este año se atreve con las limpiadoras del Oratorio de San Felipe, donde se juró la Constitución de 1812, de la que cumplimos el Bicentenario. Una magistral muestra de talento: tanto arte que duele.

Qué hermosa fiesta, que alegría sin límites, que patrimonio tenemos sin saber valorarlo. Viva el Carnaval: que el Teatro Falla siga cayéndose de aplausos por los siglos de los siglos. En el nombre del arte. Amén.


lunes, 2 de enero de 2012

Año nuevo, dilemas nuevos

Acabó el año, acabó El País, las jornadas maratonianas, los devaneos en la redacción y Madrid. Se acabó lo que ha sido mi vida durante dos años y me he quedado como vacío por dentro.

Sí, empieza una nueva etapa, vuelve a comenzar la caída de la arena en el reloj, en un reloj nuevo que no se parece a ninguno que haya tenido hasta ahora. Y en ese nuevo reloj empieza a caerme la arena encima y a cubrirme los pies. El cristal me ofrece dos salidas: una tiene vistas a la Gran Vía y por el asfalto se desplazan implacables mares de automóviles que pueden llevarme por delante en cualquier momento, y la otra da a los Jardines de Murillo, y es una calle desierta en la que se alza majestuoso un convento barroco en cuya puerta pone que quien entra no siempre sale.


Otra vez: Sevilla y Madrid, Madrid y Sevilla. La vocación y la vida tranquila, la seguridad y la incertidumbre, la metrópoli y la ciudad apacible, el sol y la nieve, el hogar y el exilio. De nuevo se enfrentan y cada una me tira de un brazo reclamándome. Dos semanas para tomar uandecisión que, una vez más, volverá a marcar lo que será de mí el día de mañana. Una me reclama con un concierto de puertas abiertas, con orquestas de todo el mundo resonando solo para mi, con teatros colosales y gloria. La otra con la paz, la garantía de no hipotecar mi vida, la posibilidad de vivir más allá del trabajo y el sol del sur.

Pero soy un estúpido vocacional, y creo que el riesgo es ahora la única carta que puedo jugar con 25 años. Algún día llegará esa vida tranquila, esa paz interior, pero no sé si es el momento. Soy masoquista, pero adoro esa vida de esclavo contándole a los demás por qué deben ir a un auditorio a escuchar la música más hermosa que han visto los siglos. Dos semanas para decidir, para escoger antes de que me ahogue la arena de un reloj que me oprime la cabeza y el corazón. Dos semanas. Dos ciudades. Dos posibles vidas. Pongo en marcha la máquina.