martes, 26 de abril de 2011

Las fotos que no hice

Este año me he armado con la cámara de fotos para vivir de una manera distinta la Semana Santa. Por aquella necesidad de cambiar que supongo que tenemos los periodistas, acostumbrados a hacer cada día una cosa distinta e impredecible. Pero como estoy acostumbrado a ver la parte que no existe, la que nadie ha visto antes, ni siquiera yo mismo; pues me he puesto a hacer recuento de las fotos que no he hecho. Cosas de la vida.

No he fotografiado la interminable hilera de nazarenos negros de Los Estudiantes, que tuvieron estación de penitencia lluviosa por el interior del Rectorado de la Universidad. Ni el dulce blanco de La Bofetá bajando Cardenal Espínola.

Tampoco le tiré fotos a ese músico del oboe de uniforme cuya cabeza sobresale por encima de la multitud en una banda, esa de la que nunca debió irse, esa que le llama en el silencio a golpe de tambor y de trío de marcha de palio. A ese que se resiste a devolver la carpeta porque realmente nunca ha querido devolverla, porque aunque se fue de la banda, la banda no se fue de él.

Tampoco hice fotos de las jornadas maratonianas en la cripta para que los blancos más blancos del barrio sonaran a negro de Nueva Orleans y de Harlem. No se pueden hacer fotos a un Amazing Grace cantado a cinco voces de hombre, ensayada solo dos veces porque, a estas alturas, sabemos perfectamente que podemos confiar en los otros cuatro.

No pude hacerle fotos a la barbacoa en la que volaban los barriles de cerveza y en la que perdí la voz, porque me había dejado las ganas y la euforia vestido de blanco horas antes.

No hice fotos en la mañana de iglesias después de una noche de chat para ver si salian o no los albores de la Madrugá, ni a los paseos con una vecina por las calles de un centro empapado en el que se buscaba el cobijo de un café a la espera de que pasase el diluvio.

Tampoco tiré ninguna instantánea en las noches al amparo de la lámpara de un bar poco iluminado ante tres ofertas de cerveza y una de tinto. Allí donde las sonrisas son el mejor consuelo para un Martes Santo nefasto.

No hubo fotos en la noche estrellada del Sábado Santo, aquella en la que miramos a los cielos preguntándonos por qué. La noche de las confidencias, de las miradas y de las felicitaciones. Otra noche más de triunfo que sigue sabiéndonos a gloria.

Hubo fotos buenas, no lo niego, pero no las hice con la Nikon. Las hice con el objetivo de la pupila, con el obturador del párpado y el disparador de la emoción. Las mejores fotos son las que se escapan al aparato, porque son demasiado hermosas para quedar retratadas en una imagen congelada. Las mejores fotografías se graban en la celulosa de la memoria, y quedan para siempre, se pueden mirar en cualquier momento y nunca provocan una saturación de la tarjeta. Fotos de voces de ensueño, de cantos de sirena que llevan a los cielos, de rachear de pies que elevan el silencio a una simple molestia, de cornetas que claman a los vientos, de palabras sinceras, de ecos de recuerdos grabados a fuego en la intrahistoria. Las mejores fotos no se guardan en un álbum. Simplemente se viven.

jueves, 21 de abril de 2011

La charla de dos ángeles en la tarde de Jueves Santo


En el blasón heráldico, hermoso y reluciente, el ángel de la derecha miraba de reojo a su hermano de la izquierda. Esperando poder colocarse sobre un corazón batiente, aguardaban colgados de una percha junto a una camisa blanca. Faltaban horas para que el nazareno llevara en el cuello la medalla plateada, hermosa, sencilla e inconfundible del Gran Poder. Bautizados con los nombres de la historia de la propia hermandad, Lorenzo y Juan, por la parroquia que fue su casa y el nombre del imaginero insigne que sacó de sus manos a Dios mismo, se debatían en el equilibrio frágil de sus pequeñas alas en la cara trasera de la medalla.

"¿A dónde crees que vamos?", preguntó Lorenzo, moreno por el sol de la plaza que cobija la basílica. "No sé, ya sabes que cuatro gotas son más que suficientes para que nos quedemos en la percha este año", le contestó Juan. Lorenzo miraba el cielo de reojo por la ventana semiabierta salpicada de goterones de lluvia, y suspiraba con el lamento del que ve venir la puerta que no se abre de San Lorenzo.

"Te sientes tan impotente cuando sabes que las nubes no atienden a razón alguna, que se ciernen sobre los cielos sin pensar que abajo se está produciendo la maravilla de cada año: una ciudad que se vuelve barroca, que se vuelve altar, en la que no se ve el suelo, en la que todo es muchedumbre en las esquinas... pero nada importa", comentaba desolado Lorenzo. Juan sabía que el que todo lo puede escuchaba la conversación desde el otro lado de la medalla, en la cara principal. Sin embargo, el silencio le dio a entender que no quería inmiscuirse en la conversación. Dios mismo siempre observa, pero gustó de hacernos libres y no pretende inmiscuirse en cada palabra que sale de nuestros labios. El Jesús moreno y atormentado de la cruz al hombro clama al cielo que no es un padre censor ni un hijo libertino, solo nos dio alas -no solo a los ángeles- para poder volar y aprender de nuestras propias caídas.

La medalla se tambaleaba con el viento que entraba por la ventana, y chocaba con los botones de la camisa en un dulce tintineo que, en pleno Jueves Santo, sonaba a bambalina. "El cielo es un mapa del mundo. De este mundo que se va a pique porque el ser humano se ha olvidado de la magia y del perdón para salir a los campos a golpe de bayoneta e insultos. Sevilla duerme en el error de que esta semana es un paréntesis de tradición y antigüedad en el año, pero no es así. Cada atardecer es el del Jueves Santo, cada noche es una madrugá en la que no duerme nadie", comentó tajante Juan sosteniendo con fuerza la banda del escudo.

"¿Te refieres a los bomberos, los policías, los panaderos que trabajan en la madrugada para que el currante pueda llevarse un mendrugo a la boca al amanecer?", preguntó Lorenzo. "Sí y no. Cada noche en Sevilla, hay médicos que operan a corazón abierto, hay madres que arropan a sus hijos, hay albergues que abren sus puertas al que se hiela a la intemperie. Cada noche es Jueves Santo, aunque solo una sale el Señor de Sevilla en cuerpo. Pero Jesús sale cada noche a la calle en alma, en el asiento del copiloto de las ambulancias, alerta en las esquinas oscuras de los callejones en las que se maquinan los horrores de nuestra condición de ser humanos, en las salas de espera de los hospitales...", le contestó Juan viendo pasar las horas como el que ve pasar las primaveras al amparo de la torre de San Lorenzo.

Lorenzo volvió a mirar por la ventana y, sin que nadie se diese cuenta, cruzó los dedos cambiando los destellos de la plata en la medalla. De fondo, en la radio, oía caer una a una las hermandades de la tarde del Jueves Santo, y deseó escapar del orgulloso trono de la plata para empujar las nubes hacia el mar, donde nadie las siente ni las padece. Con valentía, vio su hermano Juan como su gemelo idéntico del otro lado del escudo se escapaba poco a poco de la plata con la mirada iracunda puesta en el cielo encapotado.

Lorenzo ya salía al mundo real, fuera de la talla hermosa y polilobulada en la que llevaba encerrado siglos. Pero una mano cálida, fuerte y vigorosa, le tomó del brazo. "Déjame, Juan. No es justo, no es justo... Solo hay una noche para que Sevilla recupere la esperanza, y es en esta madrugá de sensaciones. Déjame partir por el bien de la ciudad", dijo Lorenzo al mismo tiempo que volvía su rostro impotente hacia el brazo que lo retenía. Pero allí no estaba su hermano Juan, sino el mismo por el que vivían en la orgullosa medalla. El Dios de Juan de Mesa lo miraba con sus ojos de plata y de fuego, y se le heló el aliento, observando al mismo padre de San Lorenzo con su mirada dulce negando suavemente con la cabeza. No supo qué decir, y Jesús abrió la boca, mientras Lorenzo y Juan contenían la respiración.

"No se haga mi voluntad, sino la de mi padre. Sevilla puede esperar en mi eterna gloria barroca el sueño de un año de noche despejada en 2012. No la abandonaré. Yo soy su propio hijo. ¿Cómo abandonaría a la madre que me vio crecer desde hace siglos, que me abrió su casa, que me engalanó con flores y me alimentó de devoción sin miramientos?", dijo el nazareno con voz pausada mientras regresaba Lorenzo a su lugar en la medalla. "Aguardemos. La noche aún no ha caído. Si la lluvia quiere que no vea este año el adoquin de mi calle y los rostros ilusionados de mis hijos, será decisión del padre y no mía. Mi cruz es la cruz de Sevilla, volved a dormir en el sueño de un año completo. Vivamos en la hermosa utopía de un mundo mejor 364 días al año, y no una sola noche. En esta noche solo salgo en cuerpo, como ha dicho Juan. El resto del año, vivo en cada alma, discreto y silencioso, pero con las manos abiertas para acoger al que está cansado y el hombro cálido para aquel que llora".

Lorenzo regresó a la medalla, mientras fuera el cielo seguía encapotado. Miró a Juan a los ojos y escuchó de fondo la marcha 'La Madrugá' en un televisor cercano mientras recogía la parte del escudo que había sostenido durante siglos. Oyeron cerca pasos, y sintieron como les llevaban en volandas hasta un pecho batiente. El nazareno cubrió con el negro ruán del capirote la medalla, y se encaminó a San Lorenzo, más desesperanzado que jubiloso. El lienzo de nubes del cielo le decía que no habría discurrir del Señor de Sevilla por las calles de la ciudad. Institivamente cruzó los dedos en forma de cruz y lanzó a los vientos una oración. Lorenzo y Juan también, pero en voz baja. Y al que todo lo puede se le dibujó una sonrisa al mismo tiempo que se abría un claro en San Lorenzo, que iluminó discreto la Basílica.

miércoles, 13 de abril de 2011

La larga espera


Sueño con el dulce repiqueteo de la bambalina al aire que golpea el varal. Sueño con la flauta que se mantiene en una nota estática, en el eterno staccato que culmina las transiciones desde el trío de las marchas de palio hacia el tema principal. Sueño con el giro mesurado de un misterio que desafía las leyes de la física en el viraje hacia un callejón de paredes encaladas. Sueño con la luna que se mira en el espejo de un techo de malla y en el terciopelo de un manto azul que es la única escalera posible para tocar el cielo con las manos.

Sueño con una ciudad enjoyada de espadañas que claman al cielo como una corona inmensa que eleva a la ciudad provinciana a reina barroca. Sueño con la marea de gente que sube unida como los prisioneros del Nabucco verdiano la Cuesta del Rosario en busca del esplendor de un palio hecho templo. Sueño con un asfalto palpitante cubierto de cera caliente y con una lluvia de pétalos en la calle Pureza. Sueño con una catedral silenciosa y con un barco de luz de candelería surcando las naves imponentes de la gloria gótica de la ciudad.

Sueño, sueño y sueño, y la semana se me hace larga queriendo que a la mañana siguiente sea ya Domingo de Ramos y el tren me lleve de vuelta a casa.

domingo, 10 de abril de 2011

Te volveré a ver

Te volveré a ver. Este año regresaré a tu barrio, el de mis tardes de conservatorio, y seguirás allí. Este año será distinto, como lo fue el pasado, y el anterior, y el otro. Este año llegaré sin haber vivido el hermoso instante de la Víspera, sin haber visto los preparativos, ese nervio que le entra a Sevilla cuando ve que el día se acerca y se le dibuja una sonrisa en la cara sin querer.

Este año iré a buscarte, aunque no hayan querido que mi música acompañe tus andares porque estamos demasiado preocupados con nuestros problemas terrenales como para dedicarnos a músicas menores. Este año te encontraré en nuevas esquinas, en las que trazan tu nuevo recorrido, el que te lleva a callejear aún más y regodearte en ese barrio que sabe bien que eres el kilómetro cero de San Lorenzo.

Este año te buscaré donde nunca te busqué y te encontraré, en la sorpresa de un balcón, en el reflejo de un escaparate que quiere ser espejo en el que te mires. Este año será diferente, y será tan cotidiano, que tendré que regresar al eterno olor del azahar, al sol abrasador, a la muchedumbre incansable que te espera en cada acera, y no me importará.

Este año llego más en el descuento todavía, cuando no hay ya espera, sino que toda la ciudad estará en fiesta. Llegará el tren y la ciudad ya se habrá vuelto barroca de nuevo, en sus calles el ruido del tráfico habrá dejado su lugar a la corneta y el tambor, a la banda de música con su paso lento y acompasado, al conjunto de capilla sobrio y casi silencioso.


Este año llegará el martes y tus puertas se abrirán de par en par, y cuando San Lorenzo calle será cuando tú salgas. Como si desde el martes santo de 2010 solo hubiesen pasado horas. Y entonces sabré que he vuelto, y se me olvidarán los neones y los titulares, porque aqui todo eso se lo lleva el viento.

Este año me encontraré contigo para volver a constatar que, como dice el acervo popular, sigues siendo la Gracia de Sevilla bajo palio. Y eso no cambia nunca. El momento ha llegado. La cuenta atrás me despierta un cosquilleo en el estómago y me sale esa sonrisa nerviosa que me hace recordar que, a pesar de todo, sigo siendo sevillano. No hay mucho más que decir. Este año, cuando vea tu templo de malla y oro enfilar la Plaza de San Lorenzo, sabré que todo vuelve a empezar. No el uno de enero, sino el martes santo. Y cuando se cierre tu puerta, volveré a contar los días al revés, sabiendo que solo quedan 364. Espérame en el barrio en el que aprendí a ser músico. Allí forjé mis sueños, y allí aprendí a arriesgar y a amar mi tierra. Espérame en tus calles, donde tu Dulce Nombre no se borra, sino que está en los labios del viento, y se hace marcha cada primavera.

Los ojos de la ciudad (II)

"Muerte, ¿dónde está tu Victoria? ¿Estará en esa belleza que supieron ver los artistas del Barroco? Por un momento el tiempo se espera a si mismo para inciar el final del camino. Todas las miradas confluyen en el único que cierra los ojos, que ya no pueden ver.

¿Qué sucederá en el interior de esa frente marcada por el dolor de las espinas? ¿En qué pensará el creador del pensamiento? ¿Qué color de la tarde? ¿Qué matiz del morado de los lirios? ¿Qué reflejo del sol en la blancura de la sábana adivinará el que es divino a pesar de su temprana muerte? ¿En qué rincón de su infancia se alojará la nostalgia de Dios?

Su vida pende de ese hilo que lleva a la ciudad hasta su pasado más hermoso, hasta esas noches de oscuridades aposentadas en el tibio resplandor de sus calles. La ciudad vuelve sobre sus pasos para reencontrarse con su plenitud barroca. Fue bella... y lo sabe".

Los Ojos de la Ciudad. Minuto 23:30

Faltan 6 días...

miércoles, 6 de abril de 2011

Los ojos de la ciudad

"Cruce de caminos. Tres hombres van derechos a la muerte. Uno de ellos, no se arrepiente del mal. El otro, forcejea con el tiempo. Sabe que el justo está a su lado. Se agarra al cuarto clavo, el que siempre está ardiendo.

El diálogo es breve, sencillo, terriblemente hermoso. La palabra del que todo lo puede se le clava a ese pobre hombre en la memoria, ese recurso inútil cuando la muerte aguarda.Pero sus ojos sienten una punzada dulce... como si todo fuera un sueño.

Al día siguiente, volvieron a encontrarse. Y al otro. Pasaron los siglos como si fueran las edades del hombre. 'Es cierto lo que me dijiste aquel lejano viernes. Hoy estoy contigo en este paraíso'.

La ciudad puso todo lo demás. Las agujas góticas que rayan el telón oscuro de la noche, la flor caída del naranjo, el espacio compartido de la calle. Y esa torre de cuyo nombre no hace falta acordarse..."


Faltan 10 días...

lunes, 4 de abril de 2011

Alegato por la música española

Dicen que los españoles, sobre todo la generación en la que me inserto, no sabemos valorar el peso de nuestro legado. No me refiero al amor a las cruzadas y a la nostalgia del Imperio que tienen los grupos de ultraderecha, ni al deseo de que vuelva Franco que tienen algunos enfermos... me refiero a nuestro legado cultural, ese que nos hizo brillar en algún momento y que obligó a la orgullosa Europa a bajar su imperial cabeza para mirar a España, esa gran desconocida.

Hoy me he acercado a la Fnac para ver qué hay de nuevo y, principalmente, para que me dé el sol un poco. Allí me he topado con dos compositores en forma de CD que me han obligado a comprar su música: Cristóbal de Morales y Tomás Luis de Victoria.

Empecemos por Victoria. Heredero del magistral y espléndido sevillano Francisco Guerrero y del también hispalense Juan Vázquez, el abulense Tomás Luis de Victoria fue el músico más brillante de Europa. En su época lo llamaron "príncipe de los músicos" y era un quebradero de cabeza para el padre de la música de la Contrarreforma, Pierluigi da Palestrina. Palestrina difícilmente podía competir con las partituras de Victoria -a pesar de su magnífica Misa del Papa Marcello-, y el español llegó hasta la capilla del Vaticano como maestro absoluto. El mejor músico de la historia de la música española y un olvidado ahora que se cumple el Cuarto centenario de su muerte.

Cristóbal de Morales no se le quedaba atrás. Durante 10 años he estudiado música en el conservatorio de Sevilla que lleva su nombre y, sin embargo, nunca me he esforzado por saber a santo de qué le habían puesto a esa institución ese nombre. Resulta que, ahora que pretendo hacerme un hueco entre los culturetas de la Clásica, me pongo a leer sobre la Historia de la Música y lo descubro. Cristóbal de Morales nació en el cambio de siglo, en 1500. España vivía bajo el influjo de un Renacimiento que iba a cambiar el mundo y la cultura, y Cristóbal de Morales se empapó de él. Llegó a ser director de la Capilla papal en Roma, y es la cabeza de la Escuela Sevillana, la más prolífica y rica de la historia de la Música de España. En una etapa en la que Madrid aún era un pueblo grande de La Mancha, Sevilla era la puerta abierta al Nuevo Mundo, llamada Nueva Roma. De su puerto salió la primera imprenta que llegó a América, hoy potencia editorial.

De Morales volvió de Roma a una Sevilla bulliciosa y marítima a pesar de no tener mar, y demostró ser "luz de España en la música", como lo llamó el teórico Juan Bermudo. Exquisito, con fama en toda Europa, Cristóbal de Morales hoy tiene un callejón peatonal en Sevilla, desconocido y oculto, del que nadie se acuerda. El otro gran maestro de la Escuela sevillana, Francisco Guerrero, ha dado su nombre al conservatorio de Nervión, pero tampoco ha llegado más allá de eso. Es impresionante que tengamos músicos de fama internacional, de la Edad de Oro de la música española, para bautizar todos los conservatorios de la ciudad (Manuel del Castillo, otro gran olvidado, esta vez del siglo XX, da nombre al Superior), que hayamos tenido una Escuela sevillana que deslumbró en Europa, y sus obras no se programen nunca ni aparezcan apenas en los libros de texto.

Lo dicho, estaba en la Fnac de Callao cuando he visto la Misa para la fiesta de San Isidoro de Sevilla de Morales y me la he comprado. Isidoro de Sevilla, arzobispo de la capital hispalense, fue, aunque casi nadie lo sepa, el que escribió la primera enciclopedia de la Historia, las Etimologías. Al leer el libreto del disco, leo que es música dedicada a la festividad del santo sevillano en el día que la Iglesia fijó para recordarlo: el 4 de abril. Hoy es 4 de abril, y es la primera vez que escuchó y sé valorar a Cristóbal de Morales. Hay casualidades en la vida que sirven para descubrir cosas que no sabías, pero creo que esta es la casualidad de las casualidades.

No sabemos nada ni tenemos interés en saber algo, o al menos esa es la conclusión a la que llego hoy. Miramos tanto más allá de nuestras fronteras, que no sabemos que años antes de que nacieran los grandes maestros de la Música Clásica universal, nosotros ya teníamos nuestros propios Bach, Mozart y Beethoven. Mientras Salzburgo, Bonn y Mannheim celebran a sus ilustres compositores, a nosotros parece que no nos importe nada. Somos tan necios -yo incluído-...