domingo, 30 de mayo de 2010

Sí, me gusta

A mí también me gusta. Lo mío, que no lo tuyo, que no tiene nada que ver con lo mío gracias a Dios, porque yo de sólo pensar en ver lo que somos por dentro, me da algo. Te llevas 5 años de tu vida cuestionándote si lo que has elegido es realmente lo que quieres y cuando te das cuenta, has terminado la carrera y estás con la beca gris perla puesta subiendo al escenario de la Facultad de Comunicación (como Isabelita hace nada).

Te crees que cualquier día vas a desistir y, de repente, te encuentras con el título en la mano y la cabeza llena de ideas, pero todas relacionadas con el Periodismo. Se han acabado las dudas de un plumazo, y te preguntas si realmente alguna vez las tuviste. No hay duda de que me gusta.

Me gusta porque me hierven las venas con la hora de cierre, porque me explota el corazón si veo que no llegamos al estudio cuando suenan los cinco pitidos de las señales horarias en la radio... y eso, a cualquiera que se lo cuentes, no lo entiende. Porque "emboliar" se está transformando en nuestro verbo más utilizado, porque realmente la tensión es máxima cada día, porque aquí todo parece real aunque no lo sea, y dentro de un mes sí que lo será, y nos veremos en la redacción del periódico más importante de España con los espadas más prestigiosos sentados en la mesa de al lado controlando que estamos a la altura.

Me gusta porque a cada texto sé que puedo darle una vuelta más para hacerlo mejor, porque disfruté demasiado en Diario de Sevilla y en Canal Sur Radio, y en cada línea me acuerdo de lo vivido allí, porque para cad reportaje me exijo un poco más y al final siempre acaba saliendo, porque estoy deseando publicar lo que he escrito y correr a enseñárselo a aquellos que me leen por aquí. Me gusta la alegría que viene después del estrés, aunque haya perseguido a la Reina durante 2 horas y esté agotado de pelearme con sus escoltas por la Feria del Libro, no bajar a comer por temor a que pase algo y no me entere, leer el Herald Tribune en el metro mientras la gente me mira con cara de respeto, la media sonrisa del jefe que te grita un día cualquiera porque sabes que por unos minutos has ganado la batalla. Me gusta aguantarme las lágrimas cuando hablo con las víctimas, porque demuestra que todo esto que hacemos merece la pena, y que realmente damos voz a los sin voz. Me gusta que no nos exijan escribir como en el periódico, sino muchísimo mejor, porque aspirando a la excelencia, sacaremos lo mejor de nosotros.

Me gusta saber que gente como nosotros puede hacer algo en el presente, no en el futuro, por educar a esta opinión pública tan maltratada por años y años de prensa hecha sin responsabilidad. Me gusta pensar en que ahora sí que podemos cambiar el mundo, aunque de ello me desengañé en primero de carrera.

Me gusta saber que se puede volver a soñar y compartir tus sueños a través de un micrófono, una página de periódico o una buena fotografía. El buen periodismo no está muerto, somos nosotros los que estamos dejando que se muera.

lunes, 24 de mayo de 2010

Un abrazo a las diez de la noche

La gente que viene y que va, las clases que se vuelven más duras y las correcciones hirientes que ahora me las tomo simplemente como regalos envueltos en un papel grotesco y chillón. Los días están volando que da miedo, han pasado más de 4 meses y me da la sensación de que los que quedan van a correr mucho más que los pasados.

Por una vez he venido a Sevilla y, en lugar de lamentarme, he preferido organizarme y buscar lo que no venía a mí. En lugar de conformarme, me he lanzado a asumir riesgos, a decir cosas que no hubiese dicho en ningún momento de mi pasado, a preguntar a la cara, pero sin renunciar a ser como soy, que no es poco.

Después de meses prometiendo a un amigo verlo aunque fuera en una cerveza, de reunir como escenarios fallidos de nuestro encuentro una caseta de feria, una calle de Madrid, y una bulla en la Puerta Jerez, hoy he podido abrazarlo y recordar por qué lo echaba de menos. Ha sido frente a su portal, en el sitio más obvio, a las diez de la noche, y sólo han sido unas cortas frases y dos abrazos, pero qué momento...

Aquel primer viaje a Madrid, como hoy recordaba el suyo otro de los habituales de este blog en el Burger King, el primero que hice sin padres con el único fin de desfasarlo, lo hice con él. En ese viaje me reencontré con uno de mis habituales, en este caso de Madrid, con el carismático Andriu, con el que ya no volvería a verme en más espinos (en aquella época fue Andriu el que despertó en mí ese sueño por Madrid, ese sueño que se hizo realidad en la planta quinta de El País en noviembre). En aquel viaje creo que empecé a cambiar, a ser un poco más ese Miguelito al que hoy reconozco en el espejo, ese que ha vivido la transmutación más grande de su vida en este último mes sin ni siquiera proponérselo.

Madrid representó entonces la ilusión, ahora es un reto. Cada día me enfrento a mis demonios, a mis clichés y mis fómulas que sé que dan resultado y busco ir más lejos, me tomo más cafés que nunca para estar concentrado y dar lo mejor de mí, aunque en algunas ocasiones no lo consigo. Me doy cuenta de que una vida paralela a mis días en la Escuela es casi imposible. Me culpan desde Sevilla de estar cambiando, de pasar de ellos, me culpan desde Madrid de no aparecer por PS y de no llamar. Precisamente con Andriu tengo una cita pendiente desde hace semanas, y no hacemos otra cosa que desencontrarnos.

Aquel primer viaje a Madrid me enganchó como no pensaba que lo hiciera. No creas, amigo mío ahora desanimado, rockerito, gitano que te llaman algunos, que aún estoy nostálgico. Madrid me está dando momentos que nunca antes he vivido: historias que te ponen la piel de gallina, personajes que te entristecen el alma y otros que te llenan de orgullo, paisajes que parecen diseñados a escuadra y cartabón.

Esta noche, a las diez, te he abrazado y he sentido que de alguna manera te daba las gracias, por llevarme allí, por arrastrarme a Madrid hace años. Si hoy estoy allí es por aquel viaje remoto, Numa, por reencontrarme con Andriu, que me contagió esa parte de la capital que tanto me gusta, aunque a veces se me olvide, esa parte de la capital de la que estabas enamorado cuando nos bajamos en la Glorieta de Bilbao.

Hace años que no te escribía. Nunca es tarde para recuperar el tiempo, para querer encontrar ese lugar que nos haga volver, aunque sea durante unos segundos, a aquel viaje que ha tenido tantas consecuencias.

jueves, 13 de mayo de 2010

Noche en Neptuno: Festejando lo que no es mío

Dos de la madrugada_ Plaza de Neptuno, Madrid

La marea rojiblanca sólo la contienen las vallas amarillas que rodean como un búnker inexpugnable la fuente del dios de los océanos. Las banderas del Atleti ondean ante el Hotel Palace y se pierden en la lejanía, bajo las ramas espesas de los árboles del Paseo del Prado, las bufandas agitadas con presteza.

Los colchoneros están enloquecidos en esta fiesta que llevan esperando 50 años. Gente encaramada a las farolas, a los semáforos (un trozo del protector de un semáforo cae a nuestros pies mientras nos bebemos un 'mini' de cerveza, en mi tierra conocido como maceta).
De repente a lo lejos, vemos volar botellas de cristal: son las pocas que han pasado los estrictos controles policiales que había en los accesos, demasiados para que el control policial y registro sean exhaustivos.

Nosotros estamos en lo alto de una de las cuestas que suben a Antón Martín, cuando vemos la avalancha subir por la calle. Ni lo dudamos. Sin saber muy bien lo que pasa, comenzamos a correr calle arriba. La gente cae al suelo y algunos son pisoteados: la marea rojiblanca y borracha de júbilo va con la mirada perdida perseguida por la policía. Subimos la calle entre empujones mientras Neptuno se queda abandonado en el centro de la plaza y el que estaba sentado sobre la cabina telefónica intenta llegar al suelo sin romperse una pierna.

El grueso de los atléticos llegan hasta nosotros cuando llegamos a una zona en obras: la calle se estrecha en un pasillo rodeado de vallas entre zanjas de unos dos metros de ancho. La gente nos arrolla, caemos con las vallas amarillas al suelo, y tenemos que pegarnos a la pared si no queremos que nos lleven por delante. Detrás nuestro, sólo escuchamos ya gritos e insultos hacía una policía que, probablemente, sólo esté haciendo su trabajo.

Cuatro de la madrugada_ Plaza de Santa Ana, Madrid


Salimos de un bar que imita, al más puro estilo del historicismo chabacano y estereotipado, las decoraciones andalusíes de La Alhambra, con ayuda de carteles de toros y azulejos de flamencas bailando sevillanas. Sólo quedamos 4 y la noche nos puede en esta celebración que ni siquiera es la nuestra.

Una mano se levanta y el taxi para ante nosotros. "A la Glorieta de San Bernardo", le comunicamos al conductor. El taxi para en una calle estrecha ante un atasco en dirección Gran Vía. Sin esperarlo, el coche navega entre parte de otra avalancha. Esta vez los atléticos más radicales pasan junto a nuestras ventanillas, perseguidos por la policía, que con las porras en la mano, atizan en el suelo a los que atreven a encararse con ellos. Me siento a salvo en el coche, protegido por la coraza de la carrocería, pero es profundamente triste observar una escena así cuando creías que todo había pasado. Si hubiésemos vuelto andando, quién sabe si estaríamos entre los receptores de los porrazos, tirados junto a un Seat, en una calle cualquiera de Madrid.

Cinco de la madrugada_ Inmediaciones de Cibeles, Madrid


"No vayáis por ahí, están cargando contra la gente, buscad otro camino para llegar a Cibeles", dice un chaval que viene precisamente corriendo por una cuesta muy parecida a la que fue el escenario de la avalancha. La gente sube entre carreras y no mira por los que vienen en dirección contraria.

"El periodista siempre va en dirección contraria a la gente que escapa de la noticia", decía un libro de esos que son imprescindibles en la biblioteca de cualquier plumilla que se precie. Por eso escogemos la dirección contraria. En nuestro camino, dejamos ebrios a un lado y otro de la calle. Somos simples observadores, hasta que pedimos fuego a unos chavales que queman papeleras. El calor del fuego no les hace despojarse de las bufandas rojiblancas con las que se han embozado para que no les reconozcan.

La noche de fútbol, el festejo, la gloria... todo ha acabado. Como con toda euforia, al final ha sacado lo peor del ser humano, que vuelve al fuego ancestral y a la barbarie para confirmar que somos tan animales como hace un millón de años.

martes, 4 de mayo de 2010

La leyenda del guiri

Hay veces que la vida te permite escuchar historias maravillosas. Otras, la vida te deja conocer a los protagonistas de esas historias. Historias de verdad, atípicas leyendas de esa realidad que siempre supera a la ficción.

Esta es la historia de un escocés que recorrió un país entero de norte a sur sólo vestido con la falda típica de su clan. En su camino podemos contar su encuentro con un druida de los bosques mágicos gallegos, un Panorámix que nunca creeríamos que existía, que
intentó convencerle de que en vez de conducirse al sur, se dirigiera al camino ancestral de Santiago, el camino de las estrellas. Al negarse el escocés, el druida, contra todo pronóstico, se retiró amargamente y se echó a llorar.

Cuenta el escocés de visitas a las televisiones, de noches en un cortijo de Los Palacios, de amaneceres de caminata por las llanuras manchegas y de nocturnidades de perversión y desmadre en las playas de media España.

El escocés no es una más de mis invenciones, es un chiquillo de 32 años que viene a clase en traje y que nos llama a todos "cracks corresponsales". Es el orgullo del grupo C, nuestro 'guiri' y la muestra más real de que los héroes que te ponen los pelos de punta existen. Y nosotros que ya desconfiábamos de los sueños, creyendo que gente así no podía existir.

Como he dicho antes, hay veces que lees las historias más increíbles, y otras en las que conoces a sus protagonistas. Esta es una de ellas. Aquí os dejo el incio de sus hazañas, en el link final podréis ver su historia completa.

Ruta solidaria

David Nelson es un escocés de 32 años que va a recorrer 1.300 kilómetros para recaudar fondos para la investigación de una enfermedad rara (en los países desarrollados afecta a 1 de cada 1.000 personas), la amyloidosis.

18/08/08
Su madre murió hace un año debido a esta dolencia,
“estuve pensando en hacer algo como homenaje a ella y a la vez recaudar fondos para la lucha contra la enfermedad. Pensé, además, en que caminar te da tiempo para reflexionar”, explica este escocés afincado en España y que va a hacer la ruta ataviado con un kilt (falda escocesa). “ Decidí ir vestido así porque estoy orgulloso de ser escocés y también para llamar la atención sobre esta causa”, añade . El pasado jueves salió desde Estaca de Bares (A Coruña), la punta más septentrional de la Península Ibérica, para llegar, tras 37 de caminata a Tarifa. Va a recorrer la Ruta de la Plata a una media de 33 kilómetros diarios. “El principal reto es el calor, por eso voy a vivir como un buen español, voy a levantarme al alba, a las 6,30 de la mañana, y caminaré hasta el mediodía, después comeré y me echaré una siesta. Cuando el sol baje emprenderé de nuevo el camino”, cuenta en un perfecto castellano, aprendido en los cuatro años que lleva en España. Trabaja en la multinacional de abogados y asesores tributarios Deloitte como asociado en la sección fiscal internacional. Y, precisamente, es su compañía la que más le está apoyando en su hazaña, “ha donado un euro por cada kilómetro que voy a hacer. Luego amigos y conocidos han aportado lo que han podido, desde 10 libras a 150 libras esterlinas (de 12 a 190 euros) hasta recaudar 4.000 libras (unos 6.000 euros). Ese dinero yo no lo toco, va directamente al Centro de Investigación de Amiloidosis de Londres, centro de excelencia de toda Europa. Los donativos pueden hacerse a través de las páginas web www.justgiving.com/walkacrossspain (en inglés) caminocontralaamiloidosis.blogspot.com (en castellano). Ambas versiones recogerán también las incidencias y comentarios de su aventura.

Si esto no merece estar en los periódicos, ¿qué merece estarlo?