domingo, 31 de enero de 2010

Diario de Madrid_ El mejor batería de España

Son las siete de la tarde y el tintineo de unas campanillas indican que estamos entrando en el bar. Tras varias vueltas por Chamberí, Rafa y yo nos sentamos en una pequeña mesa. Tenemos bastante con lo que ponernos al día, hace demasiado que no nos vemos y me apetecía mucho encontrarme frente a él en lo que espero que sea un encuentro de tantos.

Sentados allí, de repente entra un señor sesentón con el pelo lacio y blanco, casi plata. Rafa está de espaldas a la puerta y al pasar el hombre, lo mira y se para a saludarlo. Por lo visto el señor ha visto a Rafa en otra ocasión acompañando a Pedro López, y parece que la ligera interrupción va a quedar en anécdota. Con la camisa azul gastada y muy abierta, y una copa de vino blanco en la mano, el hombre regresa de la barra y se queda de pie junto a nuestra mesa.

Mi resfriado por culpa de la calefacción me ha hecho perder parcialmente el olfato, pero los ojos vidriosos de nuestro interlocutor no engañan: demasiado alcohol para esas horas de la tarde. El hombre nos estrecha la mano y le habla a Rafa de que lo vió en algún lugar acompañado de una chica. Rafa lo duda, y le pide más detalles. Conforme se construye la escena con nuevos datos, más sabemos que la historia no es real. Cada vez que se marcha a la barra a tomar otro trago, cada vez que se aleja, miro a Rafa, porque no estoy acostumbrado al surrealismo hasta estos límites.

El hombre nos da la mano una y otra vez y repite los mismos clichés: no es una buena señal. En su ilusión, cree que somos músicos, y que Rafa se llama Enrique (no deja de llamarlo así a pesar de que lo corrige). Aquí es donde comienza a narrar, indignado, su prodigiosa historia.

Sacando el carnet de identidad para darnos sus datos, porque el hombre sabe que de entrada no le creemos, nos explica que es el batería de Los Brincos. Sólo conozco el grupo de oídas, pero no los he visto, por lo que no puedo corroborar ni desmentir. Empieza a hablarnos de homenajes en la sala Galileo Galilei en los que tocan Los Brincos, Radio Futura, Antonio Vega (muerto desde hace meses, es uno de los indicadores que me hacen entristecer con este suceso), Los Secretos... A estas alturas, ya sabemos que el hombre ha perdido la cabeza allá por los noventa, y a mi ya sólo me sale la sonrisa forzada.

En su memoria, se considera a sí mismo "el mejor puto batera que ha dado España". Nos hace tocarle el bíceps para darnos cuenta de que aún está en forma, y sigue contándonos que estaba casado con la cantante Cecilia, y se cree su historia, porque incluso se asoma una lágrima a su ojo. Recuerda como "un moro y una cabra" se cargaron a la cantante. Dice frases sin sentido, sigue dándonos la mano a cada rato y haciendo alusiones a cosas que no conocemos. Se indigna con el musical recién estrenado de Nino Bravo y dice que él lo haría mejor, por eso se pone a cantar a gritos en el bar. Es un escándalo y él lo sabe. "No pueden echarme del bar, no saben quién soy yo". Nos pide perdón. Sigue cantando, su voz suena tan desafinada y destemplada que da pena.

Nos quiere componer una canción única y por ello pide la libreta al camarero. Nos pide un boli que no tenemos, y finalmente empieza a esbozar garabatos. No está escribiendo nada, y finalmente le da a Rafa una especie de autógrafo sin pies ni cabeza. De sus ojos delirantes se escapa la soberbia del que fue una estrella del pop.

Rafa se levanta en un descuido del hombre y paga. Ya es hora de que termine la función. Sigue llamándolo Enrique, a veces Quique, y nos damos cuenta de que lo llama así por Urquijo. No sé si es que cree que es él o lo evoca. Cualquiera sabe. Aguantamos el tipo como caballeros pero esto debe acabar y nos despedimos como podemos.

Rafa me deja en casa y continúa por la avenida camino de Argüelles. Lo veo alejarse con su abrigo azul mientras abro el portal. Al llegar a casa miro en el ordenador, con una esperanza infatigable porque el hombre no esté loco, pero en la lista de Los Brincos no aparece su nombre, ni en ningún homenaje a las estrellas de la Movida. No hay nada. Triste historia la de un batería imaginario, un pobre loco que sueña con que regrese una gloria y unos aplausos que nunca sonaron para él, que llora por una esposa cantante que nunca le amó, que añora cosas que no vivió. Dice Rafa que me encontraré a muchos así en Madrid, que la locura es algo más común de lo que parece. Quizá mañana pisemos el mismo bar y siga allí, de pie junto a alguna mesa, contando su leyenda, exhibiendo su arrogancia de estrella, clamando por un poco de atención, buscando una mirada desde sus ojos vidriosos. Y seguro que no habrá nadie que lo escuche.

miércoles, 27 de enero de 2010

Diario de Madrid_ El Clan

Me despierto en una de esas mañanas en las que creo no haber sentido tanto frío en mi vida. El sol por fin acaricia las tejas de los edificios de San Bernardo. Los árboles de Carranza, esqueléticos, por fin perciben el calor del astro rey. Me asomo al balcón y un paisaje atípico me recibe: los jardines de la glorieta no son verdes, sino que la nieve los ha vestido de blanco. La calle reluce mojada por la nieve derretida y las capas de hielo sobre el asfalto, y percibo que es mágico. Nunca en Sevilla habría podido ver esto.

Llevo el libro de Terry Pratchett en las manos, porque hoy no pienso ponerme el mp4, quiero leer. Las casualidades hacen que mi afán lector no llegue muy lejos. Después de días sin encontrarme a nadie en este laberinto caprichoso que es el metro, de días de aburridos túneles sin tener nadie con quien hablar, hoy que llevo el libro abierto entre las manos, mi compañero de Móstoles aparece caminando, con su cara de sueño, desde el fondo del andén de Alonso Martínez, hoy más concurrido que de costumbre. Evidentemente, cierro el libro. El viaje transcurre entretenido, aunque aún luchan mis ojos por cerrarse.

Las paradas transcurren, infinitas, parece que me salgo de Madrid. La línea verde no termina nunca. Como en un turbado sueño, me bajo junto a mi colega en la estación de Suanzes, y allí nos encontramos en un pasillo en emboscada a la madrileña que ejerce de Relaciones Públicas, el mallorquín y la gaditana. El mundo es un pañuelo, y el metro de Madrid, más. Salimos de la boca de metro y nos encontramos unos jardines profusamente nevados, cubiertos de blanco, esculpidos. Una primera bola de nieve vuela hasta la espalda de María, y como en una escena impensable, nos lanzamos a la guerra de bolas mientras bajamos la cuesta de este atajo que hemos descubierto para llegar hasta El País.

El día transcurre entre clase y clase, entretenido, sin parar de conocer profesores nuevos a los que voy fichando. Poquito a poco pero con los ojos y los oídos bien abiertos a todo lo que quieran contarme y mostrarme. Me acuerdo mucho de Emilio, de Gloria, de Flora... ¡cuánto disfrutarían aquí! Por la tarde toca una de mis clases favoritas (quién me lo iba a decir...), el taller de Radio. Me lo da Carlos, un profesor al que admito que no conocía, un hombre que vive la radio al máximo: perdió la vista en un accidente y ahora es el oído lo único que puede unirle a la información, al hermoso don de mimar el oído a través de un transistor, de llenar el aire de calidez. Hago mi prueba de locución y estoy que me ahogo, y como llevo temiendo desde hace tiempo, le hago LA pregunta: ¿es mi acento de Andalucía algo que debo ocultar, entorpece la comunicación?. Me dice que es un problema que debo solucionar yo, que es una decisión dura que debo tomar después de meditarlo largo y tendido.

Me explica que mi acento es algo que me distingue, que puedo ocultarlo cuando esté en antena. Sin embargo, me temo que eso me parece traicionarme a mí mismo. Me cuenta que el acento es algo que me identifica con mi clan. En este momento espero que lo arregle, porque ha sonado un tanto raro y despectivo. Me explica que el acento es una manera de acercarme a los andaluces, a los que hablan como yo, que es un lazo fuerte. Que hay gitanos rubios y con los ojos tan celestes que parecen arios, pero que en cuanto abren la boca su clan los identifica y los arropa. Eso es lo que me pasaba en Canal Sur, allí no había nada que ocultar. Me dice que es el momento de decidir si quiero ser un Iñaki Gabilondo o un Carlos Herrera. Me temo que tarde o temprano renunciaré al acento de mis ancestros, aunque me consta que otros no lo hacen. Adoro las aspiraciones de la 's', los finales de palabra mudos, los participios evitando la 'd' y nuestro léxico propio. Como dice Carlos, cuando vuelva, me mirarán raro y me dirán que me he vendido, y yo tendré que contestarles que ahora hablo "raro" porque necesito comer, y para ello necesito hablar en un español estándar, de ese que estudiábamos en Lengua en la facultad y que decíamos que nunca usaríamos.

Me siento traidor, pero aunque sé que es imposible, intentaré mantener ese gueto con mis compañeros del Sur, dejarnos llevar por los dejes, las expresiones andaluzas, los términos cariñosos gaditanos y sevillanos, los acentos propios de la tierra en definitiva. Iré perdiendo el habla, el contacto con el dialecto, y llegará un día que como la Parrado, lea un texto y nadie note que soy de más al sur de Alcorcón. Confío en que cuando vuelva, en esas escapaditas por goteo una vez al mes, me recordéis cómo hablaba, y sobre todo, como prefería el "cabesa" antes que el "tío" o el "chaval".

miércoles, 20 de enero de 2010

Carnaval gaditano

He de admitir que nunca en la vida me ha entusiasmado el carnaval. Mi padre es un fiel forofo de la gran fiesta de Cádiz, pero yo no aprendí a apreciarla hasta el año pasado cuando me contagié del fervor carnavalero de mis compañeros de Canal Sur Radio. Hoy mismo os he estado nombrando, presumiendo de vosotros y de lo que me enseñásteis en las clases de radio del Máster de periodismo de 'El País'. No sabéis lo que me hicísteis avanzar en aquellos meses, y las veces que he presumido de vuestra vocación radiofónica ante los madrileños periodistas que ni siquiera os conocen (¡llevo a clase un cuaderno de Canal Sur!).

Por eso y porque este año tengo a una gaditana en Sevilla a la que echo de menos, recupero un pasodoble del año pasado que nos da un buen repaso a la profesión con motivo del centenario de la prensa libre en España. Cuántos años perdidos de letras que me hacen llorar de impotencia ante verdades como puños. Para que nos haga pensar, os adjunto abajo la letra:



Cumple cien años de libertades
y yo le digo ¡felicidades!,
a nuestra prensa.
Aunque nos vendan con medias verdades
esos detalles, que ellos lo saben
y no nos lo cuentan.
Porque no puedo enterarme
lo que al año cuesta,
lo que gana el Rey de España
con to su realeza
Porque no puedo saber lo que el clero,
se está llevando de mis impuestos
que pago a Hacienda.
Porque no puedo saber,
lo que el Estado le ha prestao
a los banqueros otra vez,
pa que sigan robándonos de nuevo,
mientras al obrero le embargan su casa.
Porque no puedo saber,
lo que nos cuesta la Moncloa mantener,
los sindicatos que negocian mi vejez
y las estafas.
Porque se ocultan
los nombres de jueces compraos,
que por mil quinientos euros
una muerte han tapao.
Sin embargo no protegen al desesperao,
dando nombres y apellios
por robar un supermercado.
La libertad de la prensa
es tenerme informao,
y aunque han pasado cien años
yo no me he enterao
yo no me he enterao.

domingo, 17 de enero de 2010

Desde los tejados de Chamberí creo ver la Giralda

Sí, es cierto que vivo en un primero. Es cierto que mi casa mira al Norte cuando la turris fortissima hispalensis está sin duda al sur. Pero la veo. Fuerzo la vista, me duelen hasta los ojos de fijarme por el balcón, de intentar atravesar el doble cristal sin que me hiele de frío. Y en una lejana bruma, donde no alcanzan las nubes que hoy encapotan el cielo de Madrid, la veo. Qué gallarda, qué sencila, qué esbelta y qué sevillana se aparece en mi borrosa visión... Es un prodigio, una maravilla de la arquitectura, una testigo hermosa de la Historia de mis recuerdos.

Y será que hoy, por el pavor a lo nuevo, al silencio, al dolor, a la soledad y al propio salto que estoy dando, me entran unas ganas terribles de correr a Atocha como alma que lleva el diablo y gastarme los ahorros en un billete a la Santa Justa que me vió partir. Y eso que me he venido arropado por los cantorales, los libros, las fotos de todos aquellos que fingieron una sonrisa en la despedida, las canciones y los objetos que son más que recuerdos...

Supongo que esto es sólo el principio, y que todo es aclimatarse a la nueva situación. Los días pasarán cada vez más rápidos y cuando vuelva no dudaré que lo que veo es la Giralda que veo en visiones, y que el cielo me regala un precioso sol que calienta en la Plaza del Salvador.

Me acabo de asomar, y creo que sigo viéndola, prodigiosa y alta, más allá de Plaza España (¡Quién estuviera ahora paseando por la columnata del palacio de ladrillo y azulejo de Aníbal González!). Con razón coincidíamos el otro día en que Sevilla tiene vida propia. Por mucho que nos empeñemos en destruírla, en malquererla, en ensuciarla, ella siempre sabe como conquistar con una espadaña en una calle estrecha o un aroma de naranjos que trae el viento del Guadalquivir. Tiene alma propia y por eso, por mucho que te alejes, no la olvidas. ¡Cómo entiendo yo ahora a mi Parrado cuando suspira al recordar la que es su tierra!

Sí, finalmente se ve la Giralda desde esta avenida de árboles secos. No hay duda, es ella la que me seduce en la distancia. Si hasta he cambiado el subtítulo de esta Mesa del Rincón del Café. ¡Qué bonito este exilio voluntario, que me hará quererte más a tí y a las maravillosas personas que cobijas! Ya queda menos para el reencuentro, y cuando vuelva seré más sabio para apreciarte.

jueves, 14 de enero de 2010

Vecinas

Mi calle es uno de los ejes del barrio. Larga como ella sola, se extiende hasta la Cruz del Campo. Dependiendo de la dirección que cojas, a escasos metros de mi portal hallarás la residencia de mis dos vecinas. Cada una de ellas con su propia farmacia, allá donde veas una cruz verde, hallarás sus casas.

Mi 'cuñaíta' es entrañable. Probablemente cuando la conocí le eché tres edades distintas en 10 minutos. Es imposible, como conmigo, descifrar lo que cruza por sus pensamientos. Tiene un genio y una personalidad que ya quisiera yo para mí, es tajante, pero en ningún momento la verás olvidar ese espíritu de niña que sólo se ve desde fuera si miras el brillo de sus ojos, esa luz que desprenden sus retinas, ese destello de cristal que te da envidia y te hace preguntarte por qué olvidaste esa parte de tí. Sin embargo, no creas que elude responsabilidades. Si te ve flaquear, antes de que se aflojen los tornillos del andamio y creas caer al vacío, ella lo ve, sintoniza el movimiento, y con un acto más sentido que reflejo, te agarra fuerte del brazo y le mete un empujón a tus inseguridades. Quien le diga que no sabe de lo que habla ni lo que hace porque es del 90 es que no sabe lo que se esconde detrás de sus mechones intrépidos, de su cabellera rebelde pero profundamente carismática. Si muestra debilidad es por pura bondad, no se siente menos por flaquear, ni un rubor es una derrota, es que la niña que lleva dentro le pide a gritos salir. No olvidaré estas conversaciones en persona y sobre todo vía tuenti, porque no dejaremos de tenerlas.

Si bajas la calle en dirección contraria te encontrarás con la bocacalle de Laura. La Poyatos, la siempre sorprendente Poyatos es todo lo que nunca te imaginarías. La primera impresión te hace pensar que es quizá una de esas estilosas jovencitas que no piensa en otra cosa que en mirar por encima del hombro a los demás y hacer lo correcto cual libro de protocolo. Cómo nos equivocamos cuando prejuzgamos, ¿verdad?. Laura es divertida, espontánea, juvenil, nostálgica de hoja caduca de otoño y tren que se marcha de la estación al vuelo de pañuelos blancos de despedida (como yo), y cariñosa de rubor en las mejillas, como la otra vecina. Madrid fue un antes y un después y ahora es sólo un mientras, porque nada cambiará lo que pase a partir de mañana. Has ganado tantos puntos desde la famosa frase del 10 en Farmacia, que te me sales de los baremos de media ponderada. De nuevo los prejuicios que me dan un bofetón, no hay quien aprenda. ¿Qué hago contigo? Eres otra de las que se mantiene conmigo hasta las tantas de parloteo en el chat, la que se queda siempre hasta la última en las cervecerías y la que cierra las discotecas literalmente...

Cuando abandone la calle, ya no buscaré vuestras ventanas encendidas, porque desde mi balcón de Madrid sólo veré gente correr con la cabeza agachada por el frío. No os veré cruzar, no tendré vuestros desgarros flamencos en el primer banco del coro, ese coro que se vuelve rociero, que toca las palmas por rumbas y bulerías porque le sale del alma, sólo por eso, porque esas cosas no se ensayan, sino que se deciden sobre la marcha. ¿Ya estáis llorando? No esperaba menos, más lloraré yo en el exilio.

miércoles, 13 de enero de 2010

Siempre nos quedará Sevilla


¿Es posible presentir antes de marcharte que la ciudad en la que naciste te dice adiós? ¿Es una locura? Esta noche, fría y seca después de semanas lloviendo, volvía de una charla enriquecedora con un amigo, cuando he sentido que la Sevilla a la que había dicho que no echaría de menos me despedía. Durante los 15 minutos que he estado caminando hasta mi casa no he visto ni un coche ni un alma por las calles de mi barrio. Sólo silencio, sólo los sonidos que la ciudad se reserva como su música particular y que interpreta únicamente cuando nosotros dormimos, ajenos a lo que sucede más allá de nuestros sueños.

La humedad, esa que sube desde las veredas del Guadalquivir, de tardes de césped en Capote al sol de la vega de este río de mentira que cruza la ciudad, me calaba los huesos a la una de la madrugada, cuando caminaba hacia casa. Y de repente, algo me hace estremecerme. No es miedo, ni dolor, sólo es una extraña comunión entre esta urbe caprichosa y yo.

Me detengo en la esquina de la parroquia, junto al buzón y me paro a contemplar los semáforos. Cambian sus brillantes luces de color y no hay coches que obedezcan sus señales. Nada hay que indicar, nadie que los vea, pero siguen centelleando, del verde Esperanza al amarillo albero de esa feria que este año no se si veré, pasando por el rojo de la bandera hispalense sobre la que se tatúa el 'Nomadejado' de aquél que reconquistó la ciudad. Me voy y la vida sigue, no sé qué esperaba. Los semáforos seguirán destellando aunque no haya nadie que los mire.

Sigo detenido, a pesar de que tirito, y puedo escuchar al búho molesto que no me deja dormir algunas noches porque canta en la madrugada, veo algún que otro gato entre los coches y puedo sentir el susurro del viento entre las hojas mojadas de los naranjos. Parece mentira que nada, ni una sola moto, enturbie el momento. Sevilla me dice adiós, me pide perdón por las semanas lluviosas y por no poder disfrutar de sus tardes de sol antes de irme, me dice que vuelva con historias que contar y que nunca la olvide.

Sevilla, la de mi pequeño barrio, la de las calles de mi infancia y los edificios de mi día a día, la de mi colegio y mis tardes de universidad, la de las confesiones en sus cafeterías y las risas en las barras de sus bares. La Sevilla sentimental me dice en silencio que me echará de menos, y es precisamente esta Sevilla atípica y sin monumentos, la que no forma parte del skyline que llevo semanas memorizando en mi retina, la que me despide en el descuento. Silencio para una despedida que a estas alturas ya no esperaba. Adiós Sevilla, mi Sevilla, la que nunca duerme, la que me habla a través de los ecos, de las fuentes y las ráfagas de viento que juegan entre las columnas y las rejas. No hace falta que digas nada, tú también me contarás todo lo que vivas en mi ausencia.

domingo, 10 de enero de 2010

A los cuatro vientos


Helados como estamos con esta ola polar, era casi obligada en esta entrada la utilización de una alegoría meteorológica. Si hay un símbolo de antaño de la climatología que me fascina es esa estrella de innumerables puntas y variados colores que ilustra los cuadernos de bitácora y refulge detrás de los cristales empañados de las brújulas. Siendo una estrella en toda regla, es llamada de manera casi poética La Rosa de los Vientos. La recuerdo tremenda, gigante y hermosa, hecha de piedra, altanera ante el oleaje coruñés a los pies de la Torre de Hércules. Y me resulta fascinante un símbolo tan claro que define que en todo hay extremos, y también puntos intermedios, que hay direcciones y cambios de rumbo. Y me cambian el rumbo en menos de una semana, y la aguja de mi brújula no quiere olvidar en este caso, los puntos cardinales. Cada uno de ellos representa a uno de los vientos, el hálito que me susurra al oído, que me grita eufórico, que me riñe y me sermonea, el que se ríe descaradamente con sólo una mirada, el que reposa una mano en la espalda en un momento de agobio.

Como el Norte llegaba Antonio. Más que llegar volvía ante una súplica, ante una necesidad inminente que él sin dudarlo atendió. Sabiendo que su coordinador no sólo era su antiguo compañero de nivel, sino también alguien mucho más joven que él. Y no importaba. Con su amplia experiencia, seguía aportando nuevas ideas, poniendo ilusión, recordándome aquella pascua a la que fuímos a regañadientes, y en la que mirábamos el reloj cada día imaginándonos las cruces de guía en Campana, los misterios de costero a costero y las fanfarrias hermosas y valientes en cada uno de los barrios detrás de cada templo de bambalina que baila y flor fresca trepando a cada varal que llega hasta el cielo. Eres el último de los que quedábamos, el primero que empezó de catequista en su vida y el que aún sigue en esta labor encomiable, dura y sólo a veces satisfactoria. Al Norte de mi Rosa de los Vientos, porque tu corazón desde hace tiempo también mira al Norte, más allá de mis madriles, casi donde acaba este país. Al Norte porque en tu día a día miras hacia arriba, allá donde acaban las nubes, y tienes presente lo que a nosotros se nos olvida a pesar de que lo enseñamos cada domingo.

En el este alguien a quien conozco hace demasiado y por fuerza aunque no a disgusto. Mi hermano se sitúa en el punto cardinal que designa al demostrativo más cercano. A mi lado siempre, con él soy como soy, un esquizofrénico profundamente perturbado, pueril, con un pavo y una torrija encima que no puedo con ellas, así, todo mezcladito, lo dulce con lo salado, todo sobre mi cabeza. Con él ni finjo ni me escondo ni pienso en las consecuencias, a él le grito y le puteo la existencia, lo voy a buscar a su cuarto para reírnos a carcajadas, y como el Este, es mi diestra, la mano que todo lo sabe, hasta lo que hace la izquierda. Es mi hermano, el que más me visitará en los madriles, el que me aguanta y el que me recuerda que dentro de mí nada está cuadriculado y que soy impredecible a pesar de todo lo que pueda parecer.

En el Oeste, el catequista modelo, el catecúmeno que todos quisimos tener y no tuvimos, perfecto en todas y cada una de sus facetas, da tanto el perfil que a veces da hasta miedo. Y aún así, Tomás tiene la cabeza llena de líneas, de diálogos, de disfraces y telones, de pasión y de sonrisas, cuando te suelta algo te lo dice porque lo siente y no porque lo finja. Teatrero, actor y vocación artística en persona, ese Peer Gynt de boina y mechones rubios, se toma tan en serio cada cosa que hace que es normal que a menudo lo veas con el entrecejo fruncido, porque para él todo puede salir siempre mejor. Al Oeste como yo te desplazas para ir a la Universidad, a esa Cartuja solitaria en la que conocí de primera mano el teatro universitario de la msno de mis amigos periodistas, y veo en tus ojos la misma ilusión que ví en los ojos de ellos, y me encanta montar teatrillos en catequesis porque me apasiona verte metido en el papel, que lleves el teatro en las venas como algo que es una alegría de vivir. Echaré de menos todas las funciones que no veré y en las que me dolerían las manos de aplaudirte, quién iba a decirme a mí que detrás de tu porte serio y cortés se escondía alguien tan genuino.

Y por último el Sur, con olor a mar, a Caleta gaditana llena de arte, porque no se puede definir a la única chica que tengo en esta Rosa de los Vientos con otra palabra que no sea "arte". Eres espontánea, y quizá porque a mí me cuesta mucho serlo, es por lo que me fascina tu forma de ser, abierta y a la vez callada, tímida y desprendida al mismo tiempo, sincera y gentil, pasional y modosita... otra bipolar para la lista en la que ya estamos unos pocos y de la que no quiero salir. De la brusquedad más chocante, tu felicitación de cumpleaños fue la más sincera, porque no hay que inventarse historias no vividas, sino vivir momentos para que luego se conviertan en recuerdos. Nos quedan tantos sueños y nostalgias que vivir que me da vértigo, porque ésto promete aunque no te lo creas, y al final, por mucho que me vaya a la capital, tengo una cuerda en la muñeca que me tira y me dice "vuelve al Sur". A ese Sur que representas tú, a ese Sur lleno de alegría y de vida, de luz del sol que se convierte en oro si sus rayos atraviesan una Cruzcampo fresquita en la barra de un bar. A ese Sur que una vez conocido lo único que se puede hacer es echarlo de menos.

Cuatro direcciones tatuadas, la Rosa de los Vientos a la que quise tanto porque sabía que la perdía tan prontito... Fue como todo lo bueno, que dicen que si es breve es dos veces bueno. Tres meses de confianza, de mediación, de diplomacia y de ilusión, de mucha ilusión. Porque me quedo tranquilo porque sé que no os hago falta, pero me duele tanto la espinita de saber lo que podría haber sido y no será, el día a día, las reuniones a las que no podré ir... espero que me lo contéis todo. Volveré cuando cambie el viento, con el barco cargado de historias rumbo a casa, a buscar mi brújula, la que me recuerda que hay cosas que me dejé aquí y a las que le debo una.

sábado, 2 de enero de 2010

Risk

Comienza el 2010. Este año ni lo dudé. Desde el principio sabía que quería rememorar aquel fin de año de "El misterioso caso de la puerta quebrada", que nos llevó a una actividad detectivesca que terminó con final feliz y un desembolso de billetitos por cabeza para comprar una puerta nueva al cuarto de baño del chalet del Chino. Desde que sonó el teléfono en casa el día 28, ya sabía que el adiós al 2009 lo pasaría en la casa de la carretera de Coria.

Lo que sí que se constata es que cada año somos menos y cada año estamos más acomodados en eso que podríamos llamar madurez (¿realmente podemos llamarla así? ¿no sería más correcto acomode?). Ni me molesta ni me deja de molestar... en cierto modo pienso que muchas veces en determinados acontecimientos tienen que estar los que tienen que estar. Del año pasado que yo recuerde, sólo añoro a Lora y Laura (curioso, acabo de darme cuenta de que si lees Laura en francés, se pronuncia Lora... cosas del destino), y me consta que ellos también estaban donde tenían que estar.

Lo cierto es que, debido a un retraso en la llegada de las niñas, sólo Peri, Pinilla, Chino y yo partimos hacia el chalet. Llegamos en el más absoluto silencio. Somos 4 pero por ahora no hace falta más. A lo tonto a lo tonto, nos llevamos un buen rato con la música puesta y jugando con los numerosos globos que hay repartidos por el suelo (tanta madurez y seguimos con la bonita costumbre de entretenernos con lo más sencillo). La noche se desvirtúa en espera de Cristina y Samara, y empezamos con un juego que he visto cada Navidad anunciado en los catálogos, pero al que admito que nunca he jugado.

El Risk es la señal inequívoca de que éste es un fin de año distinto a todos los anteriores. De nuevo volviendo a la traducción (Cristina bien sabe de esto), el nombre del juego significa 'riesgo' en inglés. El riesgo de lanzar toda tu artillería contra la adversidad para lograr tus objetivos, sabiendo que puedes salir herido en la batalla y que no será fácil. Riesgos como los que he decidido correr en este 2010, el Risk simboliza que nunca es tarde para aprender a lanzarse a la piscina, que siempre hay oportunidades para aquel que realmente desea cumplir lo que quiere en la vida.

Y en lugar de un desfase sonado, una fiesta memorable y a la vez olvidada y llena de lagunas por el alcohol, esto ha sido un encuentro lleno de algo para mí mucho más valioso: normalidad. Todo lo que ha pasado ha sido natural, sin artificios ni enrevesados preparativos. Yo no quería una fiesta tremenda, ni el lugar me importaba, ni el frío de nuestra habitación que el Peri ha acertado a denominar la cripta, ni me molestaban las horas muertas en el salón. Nada.

Me quedo con los gestos naturales, con los momentos que no se planean, con las frases que se dicen sin pensar pero que esta cabeza mía bibliotecaria por defecto, selecciona, clasifica y almacena. Quizá no recuerde dentro de unos años lo que bebimos o lo que comimos, ni la música que bailamos, pero sí me quedaré con esos reflejos de normalidad, los que me recuerdan por qué vuelvo cada fin de año, cada día de la cabalgata y cada Domingo de Ramos al lado de la gente que me vió crecer.

Recordaré de estos días lo entrañable, porque realmente no ha habido nada que no lo haya sido. A su modo, al modo tranquileo-bohemieo (Peri, te robo el término) todo ha sido perfecto, en ningún momento me he acordado que llevaba un libro en la mochila por si acaso. Me quedaré con la barbacoa-chimenea y con los silencios mirando el fuego con este "Peri light 0,0" que tanto me gusta; me quedaré con cocinar a la luz de las velas porque no hay luz en la cocina con Samara y Cristina; con desvelar mi objetivo en la segunda tirada del Risk porque a mi no me sale eso de ser estratega; con el Chino preguntándome sin cesar si quiero otra de esas Lager que se desenroscan en lugar de abrirse con abridor; con Guillermo mientras sacamos los acordes de las canciones con la guitarra, como gramolas andantes, no en vano tiene oído absoluto; con el rato haciendo balance de nuestras vidas, contándole batallitas a Cristina de nuestra infancia frente a la chimenea; con la Princess de Samara compitiendo con el amor propio del Peri que iba a encender la barbacoa de carbón sí o sí; con el Pinilla cantando la canción de "Mocasines saltarines" del Sr. Burns; con mi función de diccionario pedante diciendo palabras como "territorio limítrofe" o "crepitar de la leña"... y muchísimos momentos más, pero todos buenos.

Este fin de año podría haber sido un fracaso si no hubiese sido este Miguelito de ahora mismo el que ha ido. Quizá hace unos años me hubiese parecido que había echado a perder 2 días, pero no en este momento. He llegado a casa con una sensación de tranquilidad, de confianza y de confort. A pesar del frío, de tener en la cabeza metido el CD de Alejandro Sanz de tantas veces que lo ha puesto Cris de arriba a abajo, de pincharnos con los rosales para coger la leña, de traer toda la ropa ahumada y el pelo encrespado debido a la ausencia de agua caliente, para mí todo ha sido perfecto. Entiendo que el Chino no se haya creído que me lo he pasado "muy bien" tal y cómo le he dicho en el coche de vuelta, porque no ha sido este un fin de año al uso, pero es que para mí todo ha sido mejor que la idea preconcebida que tenía en la cabeza. Un fin de año de 7 personas pero del que no cambio nada. Ha sido más perfecto que muchas nocheviejas del pasado, y lo único que hemos hecho ha sido ser naturales, lo que me ha permitido empaparme de todas esas frases, gestos, chistes e historias que no tendré a partir del 16 de enero.

A veces, las cosas te sorprenden y por eso escribo. Yo, que abuso en determinadas ocasiones de un lenguaje complicado y una expresión barroca, hoy me siento desarmado, pero enorgullecido por la lección aprendida. A veces la esencia, lo sencillo, lo puro, una simple charla frente al fuego, una partida a un juego de mesa o preparar una cena, puede ser lo que necesitas, lo demás es todo adorno y artificio, que al fin y al cabo no hacen otra cosa que esconder y camuflar lo que realmente quieres, que en este caso era poder pasar unas horas ajenos del mundo con aquellos a los que llamo demasiado poco pero que nunca han dejado de estar ahí.

Sinceramente, no creo que el año que viene seamos menos. Creo que seremos más, aunque no muchos. El grupo se ha cerrado prácticamente y creo que la alineación no permite más retoques, somos un Dream Team, y como decís vosotros, lo firmo.