lunes, 16 de febrero de 2009

El Síndrome de Peter Pan (II)

Conforme más mayor me hago, más entiendo a aquellos que se estancan en la juventud a pesar de que su nómina de años no para de crecer. Y es que yo, el tranquilo, el silencioso, el discreto, el cortés, me estoy volviendo un poco todo aquello que no fui.

Con el tiempo me voy rodeando de gente que me demuestra que lo mejor está por venir. Y eso me sume en una desconcertante esperanza. Por un lado, tengo mis agobios del fin de carrera, mis cabreos porque saco menos nota de la que sé que puedo sacar y mis pensamientos sobre lo que será de mí dentro de 5 meses; y por otro, me rondan la cabeza extraños devaneos, distracciones, seducciones en las que es fácil caer y que no me molesto en evitar.

Y parándome a pensar, es cuando me doy cuenta de que todos a nuestra manera, huimos del aburrimiento como podemos. Lo mismo nos apuntamos a una piscina, aunque los que nos acompañen sean abuelitos, y nos empeñamos en dar la vuelta al terminar los largos como esos nadadores olímpicos que parecen auténticos delfines. Lo mismo nos compramos una tabla de surf y soñamos con, algún día, poder clavar nuestra madera en las blancas arenas de Santa Mónica. Lo mismo nos embarcamos en un grupo de rock que no sabemos por dónde saldrá, o nos atrevemos a ser actores si es nuestro sueño, o soñamos con viajes lejanos sin saber lo que nos depara ni cómo nos mantendremos, sea en Buenos Aires, Bruselas, Dublín o Barcelona.


Todas esas ideas que parecen locuras, son las que aunque no me he dado cuenta, me han mantenido vivo. Y son esas ideas que nos hacen creer que podemos ser surferos, nadadores, actores, músicos de rock o viajeros sin rumbo, las que me sumen en esa esperanza alucinante.

He cambiado el silencio por las palabras, la prudencia por la risa, la vergüenza por el desparpajo, la cortesía por el cariño y la tranquilidad por la actividad. Si quiero algo, nadie me lo va a regalar, así que, manos a la obra. Puedo ser lo que quiera, siempre que no me rinda por el camino. Ese es el secreto de la juventud. El joven no es un rebelde, es sólo un soñador que no olvida lo que quiere cuando abre los ojos y salta de la cama. Y encima tengo la suerte de rodearme de soñadores sin descanso que usan su sonrisa como la mejor arma para el desánimo. Y creedme, funciona.

De nuevo, la culpa de todo esto lo tienen aquellos que me compraron un billete a la aventura. En su momento les eché la bronca y quise no montarme en el avión, pero ya tengo un pie dentro. Como dije al principio de este curso, quiero cambiar para mejor, poco a poco. Dejar esta actitud siempre a la defensiva. Todo lo que escondo, abierto de par en par…le duela a quien le duela.

*A la bañista, el surfista, el actor y la trotamundos

lunes, 2 de febrero de 2009

Las lágrimas del campeón

Ayer me levanté temprano para ver lo que llevaba esperando toda la semana: la final del Open de Australia. Ya me había perdido el impresionante partido entre Nadal y Verdasco porque estaba en la biblioteca estudiando, y no quería dejar pasar la ocasión de ver al manacorí enfrentarse de nuevo al genio suizo de Roger Federer.

Casi 5 horas entre partido y entrega de premios, una final ajustada, decidida en un trepidante quinto set (a pesar de lo emocionante que había sido el cuarto). Una mañana (una noche allí en Melbourne) en la que las antípodas se rindieron al deporte de la raqueta en el primer Gran Slam de la temporada.

Todo fuerza, gritos, emoción y adrenalina. Llega la entrega de premios, y Federer, que ya sabía su derrota ante Nadal, se aproxima a recoger su bandeja de plata de manos de Rod Laver, la leyenda que da nombre al pabellón en el que se disputa el torneo. Se acerca al micrófono entre aplausos y se dispone a hablar... pero no puede. Tiene el corazón encogido y por los altavoces sólo se oye una respiración angustiosa. El suizo reprime las lágrimas mientras dice quedamente que Rafa se merecía ganar. Una lágrima traicionera le resbala por la mejilla ante los ojos del planeta, y se dice a sí mismo "that's killing me". A continuación se retrae, y sin que nadie lo espere, empieza a sollozar mientras se aleja del micrófono. Nadal de fondo aprieta los labios y mira al cielo. Sabe que si Federer llora, él llorará también.


El tenista español ha roto su sueño de igualar el récord de 14 grandes torneos de Pete Sampras. La presión de ser el mejor del mundo ha estado coartando a Federer durante toda la final, y ahora rompe a llorar. Rafa pasa ante él para recoger el premio, y le da una palmadita en el estómago: tiene la cara desencajada.

Nadal se acerca al micro ya con la copa argentada en las manos y agradece el premio, mientras no deja de mirar a su compañero, a su amigo Roger. Y sus palabras lo dicen todo: "Lo siento mucho. Pero no te preocupes, no se acaba aquí. Superarás el récord de Sampras, porque eres el mejor tenista de la Historia". El Rod Laver Arena se viene abajo, y a mí, sentado en mi sofá, después de tanta emoción contenida, se me escapa un suspiro. Acabo de descifrar la grandeza del deporte.



Nadal vuelve a su sitio, con la copa, y abraza a Federer con ternura. Apoya su cabeza contra la del suizo, y el número 2 del mundo sonríe. Tantas finales enfrentándose, y la humanidad y el cariño están por encima de todo. Los torneos, las medallas, los títulos, no valen de nada si detrás no hay momentos como estos. Quizá estoy descubriendo más de lo que esperaba al enfrentarme a mi bestia negra.

Los tenistas saben que en la final de ayer daba igual quien ganara. Son tan grandes los que se enfrentaron en Australia, que el resultado no importaba tanto como el camino recorrido. Ahora a esperar la siguiente ronda de la Davis, y luego Roland Garros. Me parece que la bestia me está ganando la partida...