martes, 26 de febrero de 2008

El limpiaparabrisas (Madrid 2008)


Ayer por la tarde regresé de Madrid. Desde el AVE veía alejarse los altos edificios, las ciudades dormitorio, la armonía de sus líneas, las arterias infinitas de las vías... Desde la ventana del tren me dolía no quedarme.

Cinco días quedaban atrás. Cinco jornadas que no sabía como saldrían, pero de las que me llevo el corazón encogido. Al salir del Metro en Alonso Martínez, ya supe que todo iría bien. Imponente la sensación de saberme en una ciudad mágica, me dejé llevar por los sonidos de la gran ciudad, por el acento castizo de sus gentes, por las avenidas anchas y arboladas que conducían a plazas majestuosas.

Cinco días para reencontrarme con gente maravillosa. A algunos sólo hacía dos meses que no los veía, a otros casi tres años. Después de tanto esperar, de intentarlo tantas veces y que siempre surgiera algo que me lo impedía, esta vez me he dejado llevar por el corazón. Necesitaba respirar, sentirme bien, acogido, seguro. Y eso es lo que he encontrado.


Porque a pesar de la distancia, siempre quedan métodos para seguir vivos, para sentirnos cerca, para desplazarnos en alma donde está el otro. Porque aunque las cartas del correo postal agonizan en plena era de la informática, las llamadas perdidas son el abrazo del siglo XXI, y el buzón es ahora el punto de encuentro de nuestras palabras, tan abandonado por casi todo el mundo.


La noche del sábado, no me acuerdo bien porqué, todo hay que decirlo, Andriu me trajo un regalito en medio del botellón, un regalo del todo inusual: un limpiaparabrisas. Al principio le dije que lo tirara, que de dónde lo había sacado, que la estaba liando...pero luego me di cuenta de que en aquel limpiaparabrisas había algo más que no sabía qué era. Le hice volver a por el limpiaparabrisas, cruzando la calle con el acecho de los coches, y me lo volvió a dar. Sin pensarlo, lo guardé en el bolsillo de mi abrigo. No sabía cómo meterlo, porque era enorme, pero sabía que quería llevármelo, y con él cargué toda la noche.


A la mañana siguiente, lo encontré sobre mi maleta. Y hasta el momento del tren no me dí cuenta: necesitaba limpiarme, depurar mi mente, sanear mi conciencia, eliminar mi estrés, huír por unos días de mi ciudad... Madrid es la que me abre la mente, la que expone mi corazón a lo inesperado, y me recuerda que sigo vivo. Aquel limpiaparabrisas es mucho más...es la ocasión para pensar por un lado en lo que quiero, y para, por otra parte, lanzarme a la aventura, atreverme a seguir adelante, luchar por lo que quiero ser.

El limpiaparabrisas relaja mi estrés, mis jaquecas desparecen, aunque ahora noto que vuelven...Vosotros sois en cierto modo el limpiaparabrisas, no se sabe muy bien por qué aparecísteis en mi vida, pero lo cierto es que seguís ahí. A pesar de dos años y medio, algunos continuáis ahí, con una sonrisa que es el mejor regalo que se le puede hacer a una persona.


Pasaron las estaciones, ví Sevilla vestirse de los colores del arcoiris, y no encontraba el momento de volver. Y en este fin de semana, he recuperado el aliento, la esperanza y la paz. ¿Suena fuerte? Lo es. Pero he retomado la relación con Madrid, con la ciudad, con su gente maravillosa; y aunque ahora vuelvo a Sevilla y vuelve a dolerme el cuello del estrés, y a no tener tiempo ni para respirar, sé que lo vivido ya no me lo roba nadie.


El limpiaparabrisas está en mi cuarto. Quiero guardarlo. Me recuerda lo que no me atreví a hacer, lo que me dejé por el camino, y los trenes que no debo dejar pasar. Me recuerda a quién me lo dió, me recuerda a cada uno de los demás que han estado estos días, y me llena de ilusión. Ilusión de volver a verlos, de sentir sus carcajadas, de contemplar en su mirada el brillo blanco y elegante de sus construcciones. Recuerdos que me gurdo para siempre, e ilusiones que ahora pongo en marcha, porque como dice una granaína que conozco: "la osadía lleva en sí genio, poder y magia". A ver si esta vez no me devoran los propósitos.


Gracias a todos por ser mi rincón favorito de Madrid y hasta muy pronto...

lunes, 18 de febrero de 2008

Después de la tempestad...


Los que sigáis el blog, sabéis que sólo hace unos días tocaba fondo en mi estatus de catequista... No sólo sentía que no valía, sino que mi imagen de los niños no era para nada buena. Sin embargo, parece que cuando no podía caer más, llega la convivencia y me deja por mentiroso. Tras este fin de semana, me alegra poder rectificar la entrada anterior.

El viernes, partimos hacia Corteconcepción con muchas ganas, nervios, y ciertas dosis de entusiasmo debidas, posiblemente, al café frenético de antes de subirnos al autobús. Teníamos tanta incertidumbre, que no sabíamos ni siquiera que decir a los niños. Veíamos en los catequistas de primero la tranquilidad de los que aún han tenido la suerte de no encontrarse piedras en el camino, y añorábamos ese momento. El autobús se equivocó de ruta y llegamos cuando era ya de noche, a una casa de dos plantas perdida en el campo.

Preparamos las cosas necesarias para esa noche, y al ratito nos llamaron para la cena. La única noche en la que nos sentaríamos separados de los otros catequistas. Los juegos de la noche fueron bastante descontrolados, pero nos lo pasamos bien, y la noche, increiblemente tranquila. Los niños de mi cuarto estaban dormidos sin decirles nada: unos campeones.

El siguiente día fue un cúmulo de emociones. Un viernes del Espino, pero bastante más estresante. El tema de la mañana hizo llorar a casi todo el mundo, y la puesta en común nos tendió una emboscada a Isa y a mi, en la que apretábamos los labios para no estallar en llanto. Quizá demasiadas cosas que nos da miedo oír, quizá momentos o decisiones que no queremos afrontar. Dardos al corazón.

La tarde fue un absoluto caos: los temas no se dieron, el portátil no funcionaba, las guitarras y el arpa no terminaban de seguir a Trigo, las dudas existenciales de la fe saltaron a flor de piel, el cielo y el infierno, y uno a uno, los catequistas de segundo nos fuimos mosqueando o deprimiendo, hasta que por la noche no quedaba ninguno indiferente. Una convivencia con daños colaterales: el mensaje se cebó no sólo con el destinatario, sino también con el mensajero. Los de primero no nos entendían, eran felices, no tenían ese estrés de los fatiguitas como nosotros. Pero en la noche, cuando sus niñas se negaran a dormir, sufrirían lo mismo que nosotros el año anterior, exactamente lo mismo, haciéndonos comprender que todo en esta vida es un ciclo...y que al fin y al cabo, no debíamos estar haciéndolo tan mal.

Mi cabreo llegó con la segunda parte de la tarde, una saturación entre las dudas de fe de los niños y las mías propias, aderezado con una predisposición mía a no querer tratar el tema, conjugaron un arma terrible, que desembocó en una estampida en la que sólo quería estar solo, pensar un poco y dejar que con las horas se me pasara el mosqueo. Idiota yo, que me fui solo, sin darme cuenta de que mi compañera, también pasaba un mal rato, pero no lo manifestaba. A veces estamos tan ciegos con nosotros mismos, que no somos capaces de leer en la mirada de los que queremos. Luego supe que necesitaba hablar, y aunque sabía que estaba en buenas manos, en cierta manera me culpo por no haberle preguntado cómo estaba ella. Sé que me perdona, pero soy así de tonto.

La noche fue impresionante. Volvimos a ser niños jugando al estratego, y cumplí uno de mis sueños: vestirme de Supermán!! Disfruté muchísimo corriendo por el monte con los niños, sintiendo el viento en mi capa, mientras esquivábamos en la oscuridad a los guerreros del equipo contrario. Un rato inolvidable.

Y de los niños qué decir, que se han portado mejor que nunca, que nos han hecho llorar, reír, disfrutar, tirarnos al suelo, ensuciarnos, tranquilizarnos, y ser mejores personas. Sé que en Sevilla no será igual, pero nunca lo es, porque aquí hay demasiadas cosas que no les dejan ser ellos mismos. Sin embargo me quedo con los segundos de lágrimas, cuando nos dijeron que confiaban en nosotros, cuando obedecieron, cuando nos dedicaron una sonrisa, cuando se despidieron con un abrazo, cuando se dejaron aconsejar, cuando pidieron perdón...

Alguien nos dijo una vez que lo único que no debíamos hacer es llamarlos "nuestros niños"... pero es inevitable. No podemos negar que forman parte viva de nuestras vidas, que de ellos también aprendemos como nunca creímos que fuéramos a aprender, y que se nos cae la baba con ellos, por mucho que nos pese reconocerlo.

Gracias a los seis magníficos que me acompañan de nuevo, y a los otros seis nuevos fichajes (Luís, Maya, Pili, Espe, Eduardo y Raquel). Porque momentos como el concurso de pánfilos, la esclava fugaz, la paranoya de los calentadores, el agua fría en la ducha de los niños, tocar marea en el arpa, la foto Lois & Clark de Isa y mía, jugar a Simon dice, o la impotencia de Fran, pasando por su previo perreo a petición de toooda la convivencia, son irrepetibles. Un beso y hasta la próxima, que espero sea pronto, porque ya me muero de ganas.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Sábado por la mañana....


Si alguna vez pensásteis por qué lo somos, por qué nos metimos en este "fregao", aquí tenéis toda la verdad, lo bueno y lo malo. Por lo que nos deprimimos y por lo que se enternece el corazón...


Para los pequeños que llenan nuestros sábados desde hace un año.


- Porque las reuniones o terminan en el Morta, o se hacen directamente en el Morta.

- Porque una catequesis de impro te regenera.

- Porque se acabaron los viernes de desfase y los sábados de resaca.

- Porque nos demuestra que no somos Dios y que no tenemos ni idea, lo que nos incita a seguir aprendiendo.

- Porque a pesar de que para algunos seamos "los primos de sus catequistas", para nosotros son sólo chavales en una edad complicada.

- Porque por malas que sean las cosas que digan o hagan, siempre estamos ahí.

- Porque nos disponemos a dar clases particulares en las convivencias con tal de que vengan.

- Porque nos comemos la cabeza durante horas para hacer que se queden con la boca abierta, a pesar de que después no lo suelen valorar.

- Porque sacamos muuuchos "ratitos" para preparar cosas que son necesarias.

- Porque nos gustaría llevarlos por ahí para conocerlos, pero a veces son ellos los que no se dejan...

- Porque si uno se va, nos duele, aunque a ellos les parezca que no.

- Porque nos acordamos de ellos entre semana, y pensamos en cómo les habrá ido en tal exámen o si habrán vuelto bien de tal viaje...

- Porque quedamos a tomar café, y el 80% de las conversaciones tratan sobre ellos.

- Porque son el lejano reflejo de algo que fuímos.

- Porque queremos enseñarles todo lo que a nosotros no nos enseñaron, para que no cometan nuestros mismos errores.

- Porque a veces parecemos hermanos mayores en vez de catequistas.

- Porque quisimos considerarlos amigos, pero muchos no se dejaron.

- Porque nos peleamos con el coordinador por su culpa, por defenderlos...

- Porque cuando hablamos y no responden, nos creemos que es culpa nuestra.

- Porque nos preguntamos cien veces si lo estaremos haciendo bien...

- Porque vemos su evolución y nos sorprenden cada vez más.

- Porque esperan hasta el último momento para entrar en catequesis.

- Porque necesitamos el café de la mañana para poder rendir en el grupo.

- Porque hay veces que hemos querido tirar la toalla.

- Por las decepciones y las sorpresas alegres.

- Porque no podemos hacer otra cosa que quererlos, aunque a veces nos traicionen...

- Porque aunque haya exámen, allí estamos.

- Porque nos levantamos enfermos y vamos.

- Porque nos enriquece su presencia.

- Porque pase lo que pase, ellos siempre nos tendrán ahí.

- Porque aunque no nacimos para esto, dejamos nuestra timidez, nuestro orgullo, nuestra ignorancia y nuestros problemas en la puerta de la sala, y respiramos hondo para superar el vértigo de una labor tan grande.


- Porque aunque ellos se crean que esto se hace en un ratito, te cambia la vida en el día a día.


Aunque no leáis esto, lo siento, necesitaba decirlo. Un beso a los otros 5 magníficos, y a todos aquellos magníficos que se han atrevido con este desafío.

sábado, 9 de febrero de 2008

Dean: el mito maldito


Nadie es indiferente a él. Es el símbolo de toda una época, un mito de la Historia del Cine como pocos ha habido. Una tragedia impresionante y una vida vivida al límite.

Como parece que febrero es el mes de los héroes (como la temática del Maestranza este año, por cierto), por lo menos eso es lo que quiero que sea desde este rincón del café, no podemos dejar atrás a un personaje que marcó una antes y un después en la imagen universal de la rebeldía adolescente: el grandísimo James Dean.

James Byron (como otro grande) Dean nació allá por 1931, mientras nosotros en España discutíamos por una República que era un cachondeo, en un pueblo de Indiana, Estados Unidos de América. Criado por sus tíos, después de que su madre muriese a los nueve años, dicen que por la noche se escapaba al cercano cementerio a llorar sobre la lápida. Una muerte que le marcaría durante toda su vida y que quedaría reflejada en cada una de sus películas.
Cuando tenía 17 años marchó a Los Ángeles, a estudiar en la UCLA. Allí empezó su contacto verdadero con el teatro, y un par de teatros pequeños de Broadway le contrataron para representar obras cortas. Pero aquello sólo acababa de empezar...

La sorpresa vino cuando un director de la fama de Elia Kazan lo escogió entre una fila interminable de actores para representar al joven Cal Trask en Al este del Edén. Kazan había visto en sus ojos la psicología de un personaje hecho a su medida. Un adolescente solitario, tímido, al que su madre lo abandonó de pequeño, que vive con un padre estricto que no le quiere porque no puede entenderlo. Un papel perfecto y desgarrador. El director de Brando en Un tranvía llamado Deseo acababa de descubrir a uno de los actores de la década en Hollywood.

Fue en esa misma película donde conoció al que sería el amor de su vida, la actriz de origen italiano Pier Angeli, según el propio Dean "la mujer perfecta". Sin embargo, la madre de Angeli nunca permitiría su amor, y por ello concertó la boda de la actriz con un cantante mediocre antes de que acabase el rodaje. Dicen que Dean, sabiendo lo desgraciada que sería la mujer de su vida, se llevó durante toda la ceremonia derrapando con su moto en la puerta de la iglesia, emitiendo un ruido ensordecedor.

Pocas semanas después se estrenó la película en todo el país: fue un éxito rotundo, y Dean se ganó un sitio privilegiado en el corazón de muchas jovencitas. Aquella noche estaban de acomodadoras entre las butacas del cine nada menos que Marlene Dietricht y Marylin Monroe. Todo un buen presagio para la carrera del joven Jimmy.

Tras esta primera película vino la cinta que le consagró en todo el mundo: Rebelde sin causa. Dean ejercía de adolescente rebelde e incomprendido. Impresionante la escena en la que le grita a su padre en la escalera, y lo derriba sobre un sillón, yéndose corriendo y pateándolo todo, y dando el clásico portazo. Un retrato de adolescente que sigue siendo válido hoy día. Como anécdota, una premisa de su contrato: no podría correr en carreras ilegales durante el rodaje. Un preámbulo o una señal del que sería su final.

Llegó la tercera película, y le buscaron como coprotagonistas a Rock Hudson y a la impresionante Liz Taylor, para grabar un filme de cuatro horas de historia tejana: Gigante. Una paradoja sobre el racismo, los nuevos ricos por el petróleo y el carácter de los rancheros de Texas, pero una maravillosa película. No dejéis de ver el discurso de Dean en la inauguración del Hotel, cuando está totalmente borracho.

Durante el rodaje, Dean se compró el que había sido siempre su sueño: Un Porsche. Era conocida la afición de James por la velocidad y las carreras, y un día en lo más alto de la gloria, se dirigía a las Salinas, cerca de San Francisco para participar en una. Liz Taylor le había rogado que no fuera, pero Dean seguía siendo un rebelde, y emprendió el camino hacía la ciudad acompañado de su mecánico.
James Dean sólo corría a gran velocidad en los circuitos. Dicen que era un buen conductor, y que precisamente aquel día iba tranquilo y despacio. Pero en una curva, un estudiante a bordo de un Ford le embistió a gran velocidad, haciéndolo estrellarse contra un poste de la luz y rompiéndose los antebrazos y el cuello en el acto, mientras que a los demás no les sucedía nada. El estudiante del Ford venía de un cine local de ver Gigante. Era 30 de septiembre de 1955, y Dean tenía 24 años.

Desde ese momento, desde esa muerte trágica, James Dean se convirtió en todo un mito. Símbolo de la juventud inconformista, de los adolescentes incomprendidos y de la triste "dolce vita" de Hollywood. Con sólo tres películas en su haber, y tres años de experiencia fílmica, Dean había pasado a la Historia como uno de los iconos más grandes de todos los tiempos. Un icono que ayer habría cumplido 77 años.

martes, 5 de febrero de 2008

Un día de cólera


Despues de un inquietante enero...qué digo! Un inquietante trimestre! Bueno, pues después de un inquietante trimestre, el fin de los exámenes el próximo viernes anuncia un poquito de calma. No se si fiarme de la tregua, cuando no es por una cosa, es por la otra...y se me pasan los años, y siempre digo que volveré...y no vuelvo.

Y es necesario que vuelva, porque allí el frío seco me regenera el alma, y el trepidante tráfico me llena de adrenalina. La piedra blanca en la que se diseñó la ciudad me trae confianza, y me hace quedarme con la boca abierta al pasar por sus interminables avenidas que desembocan en callejas que conducen a plazas provincianas. Allí fue donde di el paso: decidirme a escribir.

Entre la piedra marmórea de sus columnas en el Paseo del Prado, cruzando las altas verjas del Retiro, sentado a los pies del estanque, oyendo el crujir de las barcas al chocar con el embarcadero, admirando la grandeza de una ciudad rebelde en la pequeña Plaza del Dos de Mayo. Una plaza por la que quise escribir un libro, una historia de guerra, un relato de un héroe sevillano que luchó hasta la muerte en tierra ajena, una muestra de valor como en España quizá la Historia haya visto pocas.

Y en esa misma plaza quise imaginar un Cuartel llamado de Monteleón, del que hoy sólo queda tristemente la puerta, vencida por la metralla del invasor francés. Y fue allí donde decidí, sin saberlo, que merecía Daóiz que alguien supiera quién fue, y que unos siglos después, España se diera cuenta que aun quedan valientes...

Un libro que Pérez Reverte sacó antes que yo...sólo por la casualidad de que celebramos el segundo centenario. Yo no busco honrar fechas...para eso ya están las lápidas. Competir con un académico de la lengua, autor de la serie del Capitán Alatriste, creador de la Sevilla de La Piel del Tambor...quizá demasiado presuntuoso por mi parte...

Pero me lo he prometido a mi mismo. Y el libro de Reverte Un día de cólera está en mi estantería, con la maldición de que sólo podré leerlo cuando escriba el mío. Más de un mes lleva ya y ni lo he mirado. Desde la cama al acostarme, lo miro de reojo con recelo, no quiero que me intimide...y giro la cabeza para seguir rescatando en los libros los trazos de la vida de Daóiz.

Y ahora vuelvo a Madrid, y quiero soñar que soy el primero que cuenta su epopeya. El primero que narra lo que aconteció aquel mediodía de mayo, en el que un pueblo valiente le dió a nuestra Historia oscura Un día de gloria.